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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta Del sur y desde abajo [Francisco Sierra Caballero]. Mostrar todas las entradas
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jueves, 20 de octubre de 2022

  • 20.10.22
Robinson Crusoe ha muerto y la isla de los famosos, también. No se fíen de los resultados de audiencia. La postelevisión deriva el sistema audiovisual en otra dirección. Pues la era de la mascarilla es la del anonimato y la multitud en emboscada, no la del sistema mediático estelar.


Los cinco minutos de gloria, a lo Andy Warhol, ya fue. Bien es verdad que, como en las telenovelas, sigue siendo atractivo el reclamo del exotismo natural, la playa virgen y la virginal confesión de los muñecos parlantes, candidatos a una fama de saldo. Pero ya hasta resulta familiar.

La tele nos mira y proyecta un paisaje que es complementaria de la vida nómada de la turistificación, cuya imagen fija siempre es el fetichismo de la mercancía, la era del aburrimiento como principio de universal equivalencia, el sedentarismo de la reproducción de más de lo mismo.

En suma, la revolución de la comunicación es la colonización del tiempo libre como tiempo de consumo, la feria de vanidades del grand tour como reality show de la experiencia singular hipermediatizada sin más aventura que volver a mirar la pantalla cada semana.

En la era del teatro expandido, de la performance y de las artes escénicas digitales, la dieta de comunicación del reality show desborda así las capacidades creativas: sin improvisación, con escaleta, con la ley de hierro de la interpretación fingida y la anulación de toda sensibilidad y emoción posibles.

Malos tiempos para el goce, como cabía esperar en una economía sádica y oligarca dada al exceso de sus posibilidades aplicando el BDSM sobre nuestros cuerpos y deseos. Por eso da que pensar que muchos individuos, como diría el gran Antonio López Hidalgo, sigan aspirando a ser unos cipotones. Cosas veredes, amigo Sancho, que la imaginación nunca creería.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

jueves, 22 de septiembre de 2022

  • 22.9.22
Como todas las semanas, en el periodismo deportivo, que vive cada jornada el partido o derbi del siglo, pareciera –o, al menos, nos hacen vivir la sensación, falsa la mayoría de las ocasiones– de asistir a un choque inédito y extraordinario. Igual que en la actualidad política se recalca como perorata redundante que estos son tiempos históricos.


Vivimos –se nos dice, cinematográficamente hablando– momentos fascinantes, lo que da qué pensar, al menos para los que nos abonamos a la filosofía de la sospecha. Más aún cuando en el espacio mediático proliferan discursos apocalípticos a lo Roland Emmerich que, como el maltusianismo, piensa una solución final reciclada ante el colapso del capitalismo.

Por ello es más fácil imaginar el fin del mundo que trascender el orden reinante. La caja de imágenes decadentistas del blockbuster que nos invade es lo que Trump a la política: una comunicación paralizante, pero con gran poder de sugestión. Tiempos, en fin, de fascinación, de fascio o de falo, como gusten.

Añádase a ello el horizonte Marvel Disney para niños y la ideología supremacista de la vida sigue igual cantada por Julio Iglesias y tenemos el cuadro completo de una narrativa del paroxismo, alegoría de la catástrofe como horizonte de futuro contra el principio esperanza.

Un romanticismo reaccionario cuyo imaginario a lo Griffith es deudora de la retórica del capitalismo excedentario, pues la imaginación del desastre (Sontag dixit) impone el moralismo de un orden imposible en lugar de hacer posible lo que se niega.

Y en este punto estamos, parafraseando a Marx, en el que lo animal se convierte en lo humano y lo humano, en animal. Y si de bestiario se trata, en la piel de toro estamos a la vanguardia. Cada jornada política queda más claro que el orden mediático nacional es fascinante, o del fascio.

De la fábrica de sueños a las nuevas fantasías electrónicas, el modus operandi de la industria cultural patria cumple los sueños húmedos de Ford en su voluntad de tener simios amaestrados por trabajadores. En eso andamos. Y la globalización que nos proponen los cosmopaletos facinerosos de VOX resulta cuando menos inquietante.

Pero no diga el lector que no está advertido. Algo debería intuir a juzgar por nombres como Amazon o Alibaba. Estos tecnócratas corporativos son unos linces para los nombres. Y mientras admiramos el rótulo luminoso, fascinados, la luz de gas de neón ciega toda oportunidad de vida y de proyecto colectivo, salvo predicar el sambenito del mercado, aquel en el que, si te descuidas, te roban los datos y la cartera.

Ya nos lo cantaron los salseros: "camarón que se duerme, se lo lleva la corriente". Así que atentos a las fantasías fascinantes que los reflejos del fetichismo de la mercancía nos circundan. Manden a la verga tal lógica si no queremos acabar siendo colaboracionistas de la solución final para el planeta. He dicho.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

lunes, 20 de junio de 2022

  • 20.6.22
Mientras el candidato Risitas, que ni gracia hace, engaña hasta ayer al personal afirmando que "Andalucía Avanza" mientras no deja de recortar personal sanitario y docente, con franco deterioro de los servicios públicos, el Comité de Empresa de la Radio y Televisión de Andalucía (RTVA) celebró una nueva huelga, coincidiendo con el último día de cierre de campaña, con un porcentaje de seguimiento superior al 80 por ciento.


Lo contamos aquí porque, casualmente, apenas ha tenido eco en los medios del régimen y porque ya quisieran los responsables del ente público radiotelevisivo una cuarta parte de esta cifra de seguimiento en los índices de audiencias. Pero con esta dirección no es que parezca improbable, sino más bien imposible.

El recorte del 10 por ciento del presupuesto, junto a la descarada y abierta manipulación informativa, han deteriorado la empresa a tal grado que “La Nuestra” es hoy solo un baluarte de la guerra cultural de la extrema derecha al servicio de los de siempre, los mismos que nunca creyeron en la autonomía andaluza. Resultado: se ha devaluado un medio público que era referencia en la región y uno de los mejores canales autonómicos del Estado.

De la misma manera que en la Guerra Civil, pasando a degüello a los parias de la tierra y a sus clases más avanzadas e ilustres, los Zancajo de turno –ahora Carmen Torres– se han dedicado a censurar y a eliminar toda voz no plegada a esta función vicaria de Telebendodo.

Ello ha agravado los conflictos en las redacciones con una plantilla insuficiente, desmoralizada por la falta de proyecto y liderazgo y la continua injerencia de los comisarios del Risitas. Al tiempo, la recaudación publicitaria ha descendido, el déficit ha aumentado, la audiencia sigue en descenso paulatino, la credibilidad se mantiene gravemente afectada y algunos, mientras, haciendo el negocio de las productoras o en la espiral del disimulo como Más Análisis, de Teodoro León Gross, que empezamos a dudar si alguna vez fue profesor de Periodismo o simple lector de Dovifat convertido –o, quizás, convencido de ser mero speaker de Bendodo–.

Todo ello sin comentar la proliferación de tertulianos de extrema derecha en este y otros espacios. Vamos, que lo del pluralismo no lo han entendido ni lo entenderán. Más aún si hay campaña de por medio. El tratamiento de Vox y el PP ha sido bochornoso y el ocultamiento de opciones políticas transformadoras, una vergüenza.

Canal Sur ha actuado con premeditación y alevosía, incluso haciendo invisible en las encuestas la opción Por Andalucía. Pero ¿qué podemos esperar de una mesa de análisis de derechistas travestidos de demócratas y otros lindos portavoces del orden instituido, otrora pregoneros del PSOE o, incluso, del PA? Nada nuevo bajo el sol.

Por ello, Canal Sur está en huelga y nos tememos que en cuarentena, si no en la UCI. Es previsible, además, en la actual coyuntura, que ni la promoción turística contribuya a una mejoría ante la ausencia de una prospectiva integral de comunicación para el desarrollo que haga sostenible la propuesta.

En otras palabras, proyectos de contenidos como Canal Sur Más (OTT) van a ser pan para hoy y hambre para mañana, una huida hacia adelante que ni el propio director general cree. La pérdida de media de un 10 por ciento probablemente termine siendo mayor con el paso del tiempo, por demografía y mala gestión.

Sin recursos, la plataforma será un contenedor vacío carente de proyección real, mientras se apropian de La Nuestra para garantizar que los andaluces no se levanten. Para eso están al frente de la RTVA. Son, como decía el maestro Antonio López Hidalgo, "de la hermandad del cazo": pusieron la mano cuando el PSOE era quien mandaba; lo hicieron cuando el PA tenía algo de poder en la Junta; lo han hecho ahora con PP y Ciudadanos; y estamos convencidos de que, incluso, lo harán con VOX.

Viven para ello y carecen de todo compromiso público. Tampoco es esperable que los órganos parlamentarios que fueron creados para vigilar el buen funcionamiento del sector –léase el Consejo Audiovisual de Andalucía– pongan coto a tales desmanes. Ya vimos el papel de su presidente, Antonio Checa, con la contrarreforma de la Ley Audiovisual andaluza. De pena.

Mientras siga cobrando elevados emolumentos en lugar de la paga como jubilado, todo bien, gracias. Lo suyo no es precisamente cumplir el mandato de representación, ni cambiar nada. Ya lo harán otros, que es mejor echarse la siesta en el despacho y pasar de puntillas que asumir el mandato ciudadano, no vaya a ser que quien manda se moleste.

Bien lo sabemos en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, cuando fue decano. Ser y estar, pero solo aparentando. No mudar, no hacer, no moverse, no trabajar: solo la espiral del disimulo, por verónicas, a lo Rajoy, que es el estilo que imprime sello en esta tierra.

Colaborador en su momento de El Mundo, debe estar feliz de que Rosell pudiera ser director general de la RTVA –ya están algunos correligionarios como Carmen Torres como avanzadilla, con los resultados conocidos–. Pero tenemos una mala noticia para los miembros de la hermandad del cazo: con Vox se quedarán sin voz y sin chiringuito (como lo califican los Toni Cantamañanas de turno).

Toca ahora, por lo mismo, por urgente necesidad, informar a la ciudadanía de que nos quieren robar lo nuestro, lo común, y hasta la esperanza. Sabemos que no podrán. Y, lo más divertido, ni siquiera lo saben. Es lo que tiene la miopía intelectual: no alcanzan a ver más allá de sus propias narices.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

sábado, 14 de mayo de 2022

  • 14.5.22
La estetización de la política viene siempre precedida por la cultura fanum, por la religación fanática de lo mismo, en una suerte de eterno retorno de las formas primitivas de socialización que hoy experimenta una nueva vuelta de tuerca.


Del olimpismo de la cultura de masas a la cultura fan se observa una radical transformación del universo de la mediación caracterizada por seguidores que son una suerte de híbrido entre fanáticos y suscriptores de un catálogo de Venca para idiotas, con la debida distancia, eso sí.

Y es que la absoluta desmitificación es una condición del universo Youtube, la pérdida del aura vindicada, paradójicamente, como aureola de la autenticidad. En este horizonte cultural prima el principio de diversión. La cultura gamificada se traduce en el dominio de arquetipos exitosos, descomplicados, lúdico-festivos, autónomos y cosméticos por ocurrentes.

En esta espiral del disimulo y los salones de espejos-pantalla, las redes proyectan el señuelo del principio de autonomía, la percepción documentada por el estudio Los youtubers: espejos influyentes en el proyecto de vida adolescente de que son ellos quienes dominan la red, seleccionan las fuentes y producen lo público como privado. Pero nada tan lejos de la realidad.

Como en la cultura pop, no hay fan sin mercificación, por abstracta que esta sea, como también toda lógica de mediación da pie a procesos creativos de reapropiación. Puede escuchar el lector el disco Fuerza Nueva de Los Planetas y El Niño de Elche, un proyecto en el que exploran esta hipótesis para hackear las nociones del universo fan.

Inversión plebeya de apropiación de la cultura pop, como ilustra Pedro G. Romero, que a partir de la remezcla permite una lectura otra del canon: de Ocaña a Rosalía, de Guy Debord a la posmodernidad caustica proyectando nueva luz sobre la refracción simbólica que nos inunda y alcanza.

No olvidemos que la Fan Fiction es, en términos de Foucault, una función clasificatoria, aunque abierta, como el Fan Mix, el hibridismo, la reapropiación y la multiplicidad de máscaras y roles, de funciones e imágenes propias de la cultura de la Triple R (reducir, reciclar y reutilizar) aunque, con frecuencia, se expanden imponiéndose frente al principio esperanza (Bloch) el principio de responsabilidad (Jones) que no es otra cosa que el culto al orden reinante. Un mar de contradicciones.

Estemos atentos en cualquier caso a la nueva generación, un cosplay puede dar lugar a cualquier cosa. Quién sabe cómo y dónde.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 20 de abril de 2022

  • 20.4.22
Mi buen amigo Sebastián Martín Recio me reprocha, con razón, que deje de actuar como profesor. Mira que ambos somos admiradores de Anguita (ilustrar, en un sentido gramsciano, enseñando, pedagógicamente), pero lleva razón. Últimamente, no paro de advertir “te lo dije”.


Debería equivocarme, por simple cambio de hábito, o por empatía con quien ha tenido a bien compartir una difícil aventura de mediación para la unidad de la izquierda andaluza. Pero lo cierto es que este país no es diferente. Falso adagio franquista.

Este país es previsible y doctorado en el error persistente. El último episodio ha sido la guerra en el PP, que apenas ha empezado. Un folletín de mal gusto que daría para una serie B dominical. Ya sé que resulta fácil escribirlo a toro pasado, pero desde el minuto uno avisé a amigos del PP que Pablo Casado es Pijus Magnificus, y que acabaría traicionado por su consorte voxera Ayuso, a la sazón Incontinencia Suma.

Lo que nadie alcanzó a imaginar es la forma y virulencia con la que se defenestró al presidente de los conservadores. Más que nada por el rol de la prensa. La perplejidad de la desconfianza de los medios que vivimos es una anomalía democrática en la UE solo equiparable a Polonia y Hungría. Y lo más llamativo es que escurran el bulto, profesionales y cabeceras pagadas con el dinero de todos.

El caso es que hemos traspasado una línea roja en dirección al modelo Fox News desde el clásico modelo de la BBC. Convendría por ello empezar a pensar qué democracia podemos mantener rodeados de adoradores del bulo y el insulto por bandera. Qué cultura cívica se está conformando en la esfera mediática a lo Inda.

Sabemos que en la derecha española tenemos más ajolotes que guajolotes. Nada cabe esperar de una formación que, en lo esencial, es un clon. En otras palabras, para el caso, Núñez Feijóo es tan centrista como el ministro fundador de los simuladores demócratas. Y no hablemos del risitas al frente de la Junta de Andalucía.

Todos ellos comparten con Pablo Casado no solo el actuar cual Pijus Magnificus, sino arruinar nuestro débil Estado del malestar para mayor gloria de los comisionistas de turno, sean de la Casa Real o de empresarios de sí mismos cercanos al poder, sean propietarios de universidades garaje o de hospitales de ocasión, sin contar los proveedores de la nada a lo Florentino Pérez.

Así que habrá que ponerse el mono de trabajo y reconstruir los medios públicos que están hundiendo para que Tele Bendodo pase a ser de verdad la nuestra, para que dejen de contarnos mentiras y poner algo de luz dejando claro que nuestro norte es el sur; para advertir que sin información de calidad no es posible la democracia y que el robo de lo común pasa primero por convertir en moneda común la mentira.

El episodio de la crisis del PP es un síntoma: el cáncer ya saben cuál es. Podemos hacernos los locos y jugar con la ironía, con el principio de inversión de las máscaras que nos ocultan, en medio de la disrupción del carnaval contra las formas escleróticas de la cultura dominante, pero ello no es suficiente.

Hay que empezar a construir democracia democratizando la información, cavar trincheras en los medios públicos y denunciar las conspiraciones de los de siempre contra toda posibilidad de dignidad y verdad. El futuro de Andalucía y de España depende de ello y es un compromiso irrenunciable si somos conscientes de que no estamos solos y sabemos lo que queremos.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

sábado, 19 de marzo de 2022

  • 19.3.22
No entiendo la insistencia de los medios en llamar a Juan Carlos I "el rey emérito" cuando todos saben que siempre ha sido "el rey emirato"; que con quien se entiende la Casa Real es más con sátrapas y dictadores a lo Franco, Videla o Mohammed bin Salmann, príncipe heredero de Arabia Saudita, que con Hugo Chávez, elegido por la voluntad popular, pese a que le duela a esa sombra de periodista que es Jaime Peñafiel, hoy empeñado en azuzar al vástago como si el rey emirato no hubiera hecho lo mismo con su antecesor en el cargo.


En los Borbones siempre ha habido sangre por borbotones, imaginaria y realmente, por su real voluntad, en muchos casos, esto es lo peor, sobre todo de la gente común. Lo que sorprende a estas alturas del relato es que el caso de Peñafiel no es una excepción.

Si bien es cierto que el cerco mediático ya no existe, el emérito tiene todavía un escuadrón de la muerte y hooligans como Herrera en la Cope, que operan como retaguardia de la operación Abu Dabi. Debe ser que ven normal el blanqueo de capitales, el fraude fiscal o las comisiones ilegales o, tal vez, que para estos leales cortesanos, que dicen ser periodistas, tales delitos no son motivo suficiente para procesar a Juan el breve y listillo.

Apelan incluso, a su favor, a los servicios prestados con lealtad al Estado –sí, lo sé, contengan la risa–, inaudito argumento filibustero. Vamos, que debe irse de rositas, aunque sea por razones humanitarias. Curioso adagio, sobre todo porque no deja de sorprendernos el discurso de tapadillo que circula en los medios de referencia dominante, pese a que la lavandería de las cloacas del Estado funciona así desde Paco la culona.

Espero no obstante con expectación la próxima entrega de este folletín opacado por la guerra de Ucrania. Cuento los días para ver si el próximo anuncio por Navidad es el de Antiu Xixona o turrón El Lobo. Probablemente, lo confieso, se imponga este último.

Una cosa es clara en el final de este serial o sainete: el Borbón no se salvará ni por asomo, como su yate, de nombre premonitorio, del mismo modo que tampoco Felipe VI. La operación Abu Dabi ha fracasado ante la opinión pública.

Y ahora queda el ensayo de Leonor, nombre también anticipatorio y con historia en Castilla y Aragón, de corto recorrido se nos antoja, a juzgar por la historia. Eso se espera, eso deseamos todos, aunque desespere el hijo-nieto de Franco y toda la familia real que ha derivado en patéticos influencers de sí mismos, en el mismo grado que el influyente Felipe, el hijo del vaquero, anda despistado dando cornadas al aire.

No han entendido que la gente no come cuentos. Ni precisan leer los papeles no desclasificados sobre el 23F o las operaciones encubiertas de la judicatura. Estos adoradores de lo imposible, que viven por encima de nuestras posibilidades, ya no representan a nadie, y uno empieza a advertir que ni siquiera son capaces, en su alzhéimer inducido, de reconocerse a sí mismos, por más que continúan interpretando su papel de demócratas convencidos, que no convincentes, en una suerte de travestismo político, como Fraga, de ministro fascista a líder de la oposición, o para el caso, en el mundo de la cultura, de implacables censores a Premios Nobel de Literatura, o de convencidos Torquemadas del Top a topos de la democracia en el Consejo General del Poder Judicial.

Esta es, en verdad, la esencia de la doctrina Botín, y se anuncia a diario en los medios. No tienen vergüenza, ni sentido del ridículo, y carecen del mínimo sentido común de la realidad. Viven en las nubes: en Ginebra o en Abu Dabi.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 16 de febrero de 2022

  • 16.2.22
La era del capitalismo de plataformas es la era de la cultura like, la negación negacionista –nada de negación de la negación–; una cultura, en fin, del pensamiento positivo que todo lo inunda. Esta estructura de sentimiento, esta suerte de climaterio cultural ha impregnado incluso la academia, aislando toda perspectiva crítica como un pensamiento calificado de pesimista. Cosas de la hapycracia.


En tiempos del Caralibro solo vale lo políticamente correcto, que es la celebración de la diversidad siempre y cuando se asuma como verdad teológica la reproducción del capital, el principio de universal equivalencia.

Como resultado se observa una acentuada deriva conservadora en la teoría social que niega la lógica productiva de toda enunciación y manifestación cultural, incluido, como es lógico, el discurso científico, ante lo que podríamos calificar como "nuevo idealismo culturalista" que, por poner un caso como el de algunos estudios poscoloniales hoy hegemónicos, terminan por ser inconscientes de la geopolítica global y del hecho material, concreto y evidente –de sentido común, que diría Pasolini– de una realidad dominante en la que empresas como Disney marcan las condiciones o marcadores ideológicos como actores globales con mucho mayor peso e influencia que antaño, a la hora, por ejemplo, de construir arquetipos islamófobos en filmes como El rey león o de organizar nuestro tiempo libre como neg/ocio, un proceso de expansión ilimitada.

Frente a esta praxis teórica negacionista, convendría recordar que, en la era del trabajo inmaterial, en la era del acceso y la cibercultura, la “fábrica social” se fundamenta, más allá o más acá de Marx, en un proceso de trabajo.

Los nadie son los actores protagonistas por más que, en un mundo invertido, como en la serie Los favoritos de Midas, parezca lo contrario, si bien la lógica de la acumulación se interrumpe por la amenaza de los anónimos en la base del proceso de apropiación no por decantación sino por accidente, con premeditación y alevosía, añadiríamos.

El culto a la muerte es un principio consustancial a la violencia simbólica del capital. La opacidad de la plusvalía y su modus operandi requieren, por otra parte, la transgresión de la ley, como Brecht mostrara con Makinavaja.

Pero la Economía Política es también un discurso, un juego de tropos en el que metáforas como "libre concurrencia", "movimiento de la producción", "ley natural social", no tienen otro fin que la expropiación a los trabajadores de su fruto o actividad productiva.

Es, en este sentido, en el que cabe discutir la representación periodística de categorías o palabras fetiche como "prima de riesgo", "crédito", "rentabilidad", "producto interior bruto" o "intercambio" cuando nos hablan de la "crisis postcovid".

En palabras de Marx, la economía política es la forma científica de encubrimiento del hecho incontestable de la acumulación por desposesión. Y en esta estamos, de Valladolid a Sevilla, de Madrid a París, de la UE a América Latina.

La omnipresencia del Capital, en todas partes invisible, pero presente, permea todos los espacios y actos de la vida cotidiana en una suerte de eterno retorno de lo mismo. En este orden hecho para los mejores adaptados, según el principio de selección natural, la culminación social de todo sujeto es seguir el camino deseado de los madrugadores, a lo Albert Rivera, despedido por bajo rendimiento, o tentar la suerte del trumpantojo Abascal, servidor de lo público sin oposición, sin mérito alguno, salvo el afirmar, como toda buena familia, que él lo vale. Y es que éste, como el posgraduado en Harvard de chichinabo, o “Los favoritos de Midas”, actúan según la lógica de la manada, así se autodefinen los herederos de Goldman Sachs.

Ahora, el principio de Private Vices-Public Benefits se torna insostenible si atendemos al antagonismo social, ya observado por Kant como uno de los rasgos característicos de la modernidad en lo que definía como "socialidad asocial".

Marx criticaría con razón esta contradictoria constitución de la economía moral del capital como una forma animal inconsciente de reproducción social, lo que deriva en la transposición darwiniana de la lucha concurrencial burguesa, recuerda Korsch, a la naturaleza como ley absoluta de la lucha por la existencia.

Por eso el Capital no tiene memoria, es proyectivo y domina en el tiempo, no solo en el espacio, de ahí los plazos, avisos y ultimátum de la historia de Midas, una forma ilustrativa de regulación del capital no acumulable en la vida de los sujetos.

Y si se produce la revuelta y guerra de clases aparecen los cuerpos de seguridad y palanganeros del capital financiero en forma de Vox contra la virtud de la resistencia como multitud combativa frente a la estructura de comando de los legionarios de Midas: un virus contagioso que afecta a la sociedad y que ordena la acción colonizando la voluntad de sumisión de la mayoría.

Hablamos, claro está, de lo inconmensurable de las líneas rojas que se transgreden en la lucha de clases. En otras palabras, el dinero es un perro que no pide caricias, como replica el protagonista de El Capital de Costa-Gavras, y, en efecto, esa es su lógica.

El dinero, como recuerda Rieznik, es el medio y el fin por el cual este mundo aparece invertido, el símbolo mismo del fetiche del capital, es decir, de su apariencia de sujeto y hacedor de nuestra sociedad que es el resultado del trabajo y del trabajador; de aquello que el capitalismo explota y que, por eso mismo, aparece como mero objeto, como cosa.

Para ello, los medios de representación, las empresas periodísticas, han de hacer efectivo el principio semiótico de la lógica combinatoria que se presta a la ceremonia de la confusión, invirtiendo los términos de lo que debería ser a fin de presentar al PP como moderado y centrista, a Abascal como un respetable líder de la oposición y al monopolio como competencia, del mismo modo que transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en amo, la estupidez en inteligencia y la inteligencia en estupidez.

Y si cupiera duda o disputa en este negocio del mundo al revés, ahí está Lesmes y sus chicos para dictaminar lo que es. Nada nuevo bajo el sol. El capital, cuando no es simple robo o malversación, siempre ha requerido el concurso de la legislación, decía Say, para santificar la herencia, o presentar como justo lo que es simple atropello y arbitrariedad. Vamos, para hacer el cuento breve, que tanta discusión política sobre el relato es propia de un mundo en el que la narrativa del capital convierte todo en ficción, y no solo por su necesidad especulativa o porque no hay consumo y realización de la mercancía sin la fábrica de sueños ni la publicidad.

El pensamiento positivo es característico, como avanzara Benjamin, del brillante oficio cegador de los escaparates en las galerías de la ciudad moderna. Por seguir con este juego de palabras, los medios son artesanos del bruñir. Y, el bruñido, una técnica de pulido utilizada en el acabado: un revestimiento metálico como dorado o plateado; una fabricación de plata, oro o una aleación de cobre que hace posible la lógica de la apariencia.

Y, como hoy sabemos en plena era post covid, ese juego de espejos, especialmente en tiempos de crisis, da lugar a grandes fortunas, es propiciatoria, en la medida que el capital tiende a decantar esas lógicas, de intensivos procesos de acumulación y expropiación de lo común.

Conviene por lo mismo ejercer el oficio de arqueólogo de las ruinas, husmeadores de basura, como en el film de Costa-Gavras y que en el oficio (muschcrakers) se popularizó, hace décadas, hoy solo para hablar de la vida de los famosos. Qué le vamos a hacer.

Ya nos mostró Marx que, en esta economía política, en manos de unos cuantos Florentino Pérez, el interés que cada uno tiene en la sociedad está justamente en proporción inversa del interés que la sociedad tiene en él, del mismo modo que el interés del usurero en el derrochador no es, en modo alguno, idéntico al interés del derrochador.

No esperen, pues, de los medios de información ningún esfuerzo de pedagogía democrática. Si recuerdan la trama de la serie Los favoritos de Midas, el final de la periodista, Malta Belmonte, confrontada a los poderes fácticos para revelar sus sucios negocios, deja en evidencia que cuando se trata de exponer la opacidad de los intereses entre la muerte en vida (explotación de la clase obrera en Occidente) y la aniquilación por la guerra (en Afganistán o en Siria) con la que se financia el tráfico de armas (en paraísos fiscales basados en el ocultamiento de los hacedores de la cultura de la muerte) y las guerras imperialistas o la trata de blancas que conviven en los vasos comunicantes de esta lógica de flujo vampírica, el mundo editorial se pone de perfil.

Como al tiempo oculta las estrategias del poder para liquidar, nunca mejor dicho, al mensajero, empezando por Julian Assange. Por ello, hoy más que nunca hay que asumir el compromiso de combatir la falsa transparencia que nos inunda.

Si la comunicación es una máquina de guerra, la catástrofe consustancial a la destrucción creativa del capitalismo, es preciso repensar el “desnivel prometeico” (Anders dixit) cuestionando la opacidad de los mensajes y dispositivos de representación que nos abruma a partir de la polifonía de voces y prácticas comunales, vindicando la justicia y pulsión plebeya que acompaña a otra modernidad o mediación en sí, sea en la comunicación primaria (espacio), en la comunicación secundaria (tiempo) o en los medios electrónicos (comunicación virtual o simulada).

Es tiempo de pensar intempestivamente, de hacer visible lo invisible, concretar la abstracción de lo real, aproximar y hacer comprensibles las formas distintas de sociabilidad frente a los que nos quieren vender la moto.

El objetivo no es otro, en suma, que fundar espacio público liberado para la ciudadanía, una esfera pública no estatal para las multitudes. Pero esto no es posible si no asumimos el desplazamiento de posición de observador. Vamos, que hay que empezar a dinamitar el pensamiento políticamente correcto, si hemos de cambiar no solo el relato sino el estado de la cuestión como una cuestión de Estado. ¿Seremos capaces de ello ?

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 12 de enero de 2022

  • 12.1.22
Dice mi compañera sentimental que, sí o sí, lo importante en una relación es ser bien empotrada. No sé si tan contundente sentencia resulte inapelable o, cuando menos, relativizándola, deba ser matizada. El caso es para qué llevar la contraria. En materia de relaciones afectivo-sexuales, como en el arte, todo es cuestión de gustos y, hoy día, los territorios del amor son terrenos pantanosos en la era del amor líquido.


Algo bien distinto, que nos suliveya, es que no existe aspiración suprema en la prensa patria que el ser empotrada. Llama la atención tal gusto de los autoproclamados liberales. Más aún cuando la hipótesis de la eficiencia del mercado y su justificación por la supuesta transparencia del espacio concurrencial es exactamente lo contrario a lo que se presume en la pomposamente autodenominada "prensa independiente", pues la accesibilidad de la información por el público nunca tiene lugar, no solo en cuanto a la variabilidad de los mercados y la lógica de precios, sino especialmente sobre la propia cooptación de los medios encargados de informar de los procesos de consumo y las alteraciones o fluctuaciones de la economía, entre otras lógicas vicarias que dominan la estructura mediática realmente existente que ahorro describir al lector.

Vamos, que el engaño es la norma y no lo contrario. Lean –si no les convence lo aquí escrito– a John Perkins en Confesiones de un gánster económico. La cara oculta del imperialismo americano (2009) y seguro que suscriben lo que venimos afirmando, especialmente cuando se constata, en tiempos tan inciertos y paradójicos como los actuales en los que toda certeza resulta extraordinaria cuando no mero optimismo subinformado que, desde la era del capitalismo monopolista, la libertad de expresión no es sino mera bagatela de justificación destinada a manufacturar la opinión pública aclamativa.

Cosas de la división del trabajo y de la cartelización financiera del capitalismo. No siempre fue así. No siempre la desconfianza y la lógica del fetichismo de la mercancía, en forma de publicidad, extendieron el reino del valor bajo el imperio de los robber barons a lo Vanderbilt.

Hubo un tiempo en el que al comprar piso lo importante era, además del número de habitaciones, la cantidad de armarios empotrados, promesa de crecimiento de la familia y posibilidad de acumulación, de cierta prosperidad, por así decir.

Hoy, que todo el mundo sale del armario –menos los propietarios y editores de los medios dependientes del capital financiero– y que las casas se edifican sin armarios empotrados, los medios nacionales ocultan su doble vida o principio de determinación: la de los intereses de la oligarquía económica además de la nueva subordinación de las grandes transnacionales del capitalismo de plataformas como Google.

Doble empotramiento que quieren hacernos ver como algo natural, pero nada tan cultural como el sexo, salvo que, como los medios de la COPE, piensen que Dios obra milagros y que la Inmaculada Virgen María, como la supuesta independencia de los medios, es verdad y resulta creíble.

La investigación periodística de El Salto demuestra, sin embargo, exactamente lo contario y explica el porqué de coberturas informativas tan degradantes como la manipulación persistente de los hijos de San Luis y la Santa Alianza durante la crisis de 2008 o la impúdica asunción de la posición de menestrales de las principales figuras del oficio, que es tanto como decir que los Matías Prats y compañía no son otra cosa que anunciantes de seguros que nos imponen la precariedad de más de lo mismo, sea a la hora de justificar la guerra al servicio de la Casa Blanca y la OTAN, ocultar la persecución de quien ose decir la verdad de los crímenes de lesa humanidad (Assange) o como simple voceros del IBEX35 en la aplicación de las medidas de desahucio.

Ellos, que siempre viven por encima de nuestras posibilidades de confianza en una profesión canalla que renuncia a su función social para favorecer los intereses creados de los medios que nos engañan, de los medios infieles, siempre en busca de ser dominados.

Empotrar o ser empotrados, esta es la cuestión, mientras la profesión mira a otra parte y las facultades de Comunicación ni se inmutan o se ponen de perfil. Normal, la forma intelectual de origen plebeyo brilla por su ausencia en un país poblado de mandarines, dada su estructura semifeudal.

La radiografía de Gregorio Morán, con toda su crudeza, es imperante en la academia española y faltan, parafraseando al gran Rafael Chirbes, raznochiñets, intelectuales que vengan de abajo. Ya explicó Raymond Williams lo que ello significa. Les ahorro los detalles. Debo volver a la cuestión vital: empotrar o ser empotrado.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

sábado, 18 de diciembre de 2021

  • 18.12.21
A lo largo de una productiva vida creativa, uno puede tener el privilegio de compartir conversación y conocimiento con prodigiosos intelectuales, académicos brillantes, talentosos y dedicados docentes, fascinantes escritores y, en ocasiones, a veces, en excepcionales ocasiones, si tienes suerte, uno puede encontrarse, más allá, en el Olimpo de Sócrates, maestros excepcionales. Aquellos que, de forma natural, a lo Curro Romero, por verónicas, comparten el saber sobre la praxis, dando pases a la vida, sin miedo torero, iluminando los recovecos de lo cotidiano entre letras heridas.


Este es el caso de mi amigo y sin embargo colega Antonio López Hidalgo, un referente que ha formado legiones de periodistas, dentro y fuera de las aulas de la Facultad de Comunicación de Sevilla. Magisterio que se fragua, como todo aprendizaje socrático, a fuego lento, leyendo y aprendiendo de los grandes, como el gran Gabo, doblemente protagonista de Acerca del mundo, editado por Fénix Editora (Sevilla, 2021).

En palabras de la profesora Luisa Aramburu, que hace un exhaustivo análisis de la vida y obra del autor, estamos ante “un virtuoso de la escritura que ha hecho de la pluma un instrumento fabuloso para contar buenas historias, tanto como para recrear la vida”. Y en ello, como reconoce María Jesús Casals, catedrática de Periodismo, López Hidalgo es bueno, excelente, tanto en lo que hace, como en lo que escribe, pregunta o dice.

Aunque no quiera reconocerlo, no sería buen narrador sin su capacidad de relato oral, de miles de anécdotas que los amigos compartimos a diario. Ello solo es posible por la disciplina, la misma que le llevó a mantener el blog El Radar, escribiendo con un método y rigor espartanos, combinando el placer de contar con el gusto inagotable de la lectura. No sé en qué orden podríamos clasificar ambas pasiones. Intuyo que más la segunda, aunque en verdad nadie que ame leer, puede dejar de escribir, contar o pensar en relatos. Es como respirar: una función natural, o naturalizada.

Y López Hidalgo bien sabe de eso. Por eso logra aproximarnos el mundo que late, una suerte de cuaderno de bitácora de España, una radiografía, con registro versátil, escrito con el arte curtido de lector voraz y creatividad desbordante, fruto de una imaginación fecunda, alimentada entre líneas de los mejores escritores del mundo, y por la atenta escucha en bares, barrios y tabernas, al cabo de la calle que diríamos. Pues, bien lo sabemos, sin escucha activa nadie puede ser un buen periodista.

Sin el principio humanista de que nada de lo humano me es ajeno, un articulista no puede ejercer bien el oficio. Antonio López los ha cultivado desde joven, con su tata, y ya como académico releyendo a José María Carretero o arriesgando la pluma al filo de la vida en El Correo de Andalucía. De Diario Córdoba y Antena 3 Radio en la capital de El Califa a El Correo de Andalucía o estos artículos, el periodista y escritor talentoso que es no cesa y ha ido depurando su poética o estilo fraguado en la belleza de la vida.

Ejemplo de creatividad es el dominio de la titulación, tema sobre el que escribiera un ensayo de referencia. En esta compilación de artículos, repasando el índice, podemos encontrar titulares como “España se ha quedado sin bragas”; “¿Atracamos o fundamos un banco?”; “La policía no escucha” o “Cada rabo con su cereza”.

Tanto en El Radar como en la serie Diario de un periodista cansado escrita para Andalucía Digital, el volumen es un rico ramillete de ingeniosos aportes, aceradas críticas y contundentes descripciones de la vida y de sus avatares. Del oxímoron a tropos del juego y del exceso, el maestro López Hidalgo logra que el lector ría, se conmueva, tienda a encabronarse o navegar por los ríos de la memoria y la melancolía, mostrando el envés de la vida del revés, del mundo invertido.

Un tiempo en el que, cito al autor, “los matrimonios se están modernizando a marchas forzadas”, y proliferan “epidemias que se contagian sin remisión posible, una de ellas la del pesimismo”, mientras en España la banca siempre gana gracias a un sistema hipotecario propio de Fernando VII a la espera de confiar en El Guerrero del Antifaz para luchar contra el rescate de Bankia cuando la infamia es el orden del dominio o, paradoja de las paradojas, el Sumo Pontífice nos descubre que los Reyes Magos vienen de Huelva confirmando, nos guiña el autor, que “la historia de las Sagradas Escrituras se parece a las investigaciones llevadas a cabo sobre el bandolerismo en Andalucía, que hablan de una banda que trabajaba en la sartén de Andalucía conocida como Los Siete Niños de Écija, que ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija”. Hablamos, claro está, de un libro, en fin, contra incautos.

Un texto que recupera en forma de libro el pulso de la historia, lo que nos ha pasado, lo que el acertado analista observa y lo que hemos de pensar o suspender en el tiempo de forma reflexiva y con distancia para aprender de la experiencia acerca del mundo.

En sus páginas, si se sumergen, van a encontrar personalidades, personajes, paisajes de costumbres por escrutar o ver desde nuevos ángulos de visión, cultivando el arte del Periodismo y la Literatura, todo ello con una exquisita riqueza léxica y diversidad semántica fruto de la escritura de frontera y desborde que caracteriza su estilo para el quiebre del lector, toda una poética en la que siempre se dibuja una sonrisa de ternura, porque, como sabemos, es revolucionaria.

Por sus páginas pueden encontrar a Brecht, John Lennon y George Harrison, Dylan y Antonio Machín; Iñaki Gabilondo, Paco Roca y El Roto; Juan Goytisolo, el Papa Benedicto XVI, Cospedal, Al Capone, el PP y la monarquía, no necesariamente juntos, aunque se les supone; escritores de fuste como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Sándor Marái; cantantes como Georges Moustaki, Ozzy Osbourne o Janis Joplin, entre Cicerón, Sábato, Trostky e, inevitablemente, Ramón Mercader, Leila Guerreiro, Elena Poniatowska y el gran Gabo, además de Juan Cruz o Vargas Llosa; líderes políticos como Mandela, Gadafi o Gandhi.

En fin, la lista es interminable, como sus amigos, que aparecen en sus páginas, desde Serrato a su fiel escudero de aventuras periodísticas, Miguel Ángel León, sin olvidar a Jes Jiménez Segura, María José Ufarte o el propio editor de Andalucía Digital, Juan Pablo Bellido.

Y paisajes, con sus paisanos figurados, de Montilla a Isla Mayor, de Sierra Morena a Pichincha, del Cotopaxi al Coto de Doñana. Espacios, curiosamente, no colonizados, reminiscencia de su querencia por el campo. Quizás porque López, como alguna de las autoras de su preferencia, sea un periodista salvaje, un lector pertinaz de la realidad, un articulista crítico, entre socarrón, irónico y melancólico. Pero no alejado de las preocupaciones profesionales.

En Acerca del mundo pueden encontrar agudas reflexiones, en términos de metaperiodismo, como cuando afirma que uno podría seguir una lista interminable de consideraciones, a propósito de Rajoy, aunque el espacio de Internet es un universo infinito y la capacidad lectora de los internautas, limitada.

“Así que, para que nadie lea y molestar con argumentos tan obvios y cifras tan claras en estos tiempos, tan turbios, mejor nos preguntamos qué hubiera pasado si el presidente del Gobierno hubiera evitado de otro modo el supuesto naufragio” mientras se ocultaba tras una pantalla de plasma.

O cuando defiende el oficio recordando que los periodistas, aunque parecieran una especie en extinción, colaboraron con su tinta y su sangre, con su compromiso y sus pleitos, como el que viviera el protagonista en la investigación de El sindicato clandestino de la Guardia Civil, a que este país fuese mejor, contra la lógica de todo Manual Inútil de Comunicación propia de los asesores del expresidente popular, empeñado en convocar “a los periodistas a ruedas de prensa sin preguntas; a ruedas de prensa sin respuestas; a ruedas de prensa sin preguntas y sin respuestas; a ruedas de prensa con pantalla de plasma (…); a ruedas de prensa de él pero sin él; a vetar las cámaras de televisión en los mítines electorales; a difundir videocomunicados y a transmitir discursos por circuitos cerrados de televisión”.

Un tiempo, en fin, de cerco al periodismo que el autor no deja de denunciar vindicando, desde el compromiso, como en su ensayo contra la precariedad de los informadores, el derecho a la información y la autonomía periodística.

No podía ser de otra manera. A lo largo de su obra, Antonio López Hidalgo ha sido constante, como en este libro de artículos. Su voluntad de desplegar una escritura irónica hilvanada con la potencia de la imaginación para reír, para soñar, para gozar y deleitarse, para vivir, en suma, porque el periodismo como la literatura, no es una metáfora, es pura vida: principio, esperanza...

Y Antonio López nos lo recuerda en su retrato de las entretelas de la experiencia vital. Al fin y al cabo, es lo que corresponde a un senequista, a un humanista cordobés de Montilla. Lean el libro y verán. O, en caso contrario –consejo de López–, busquen un amante que les despiste por un instante de la realidad.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 17 de noviembre de 2021

  • 17.11.21
Acabo de concluir la tercera temporada de la serie Narcos. Trepidante, con un guión cuidado y una magistral interpretación actoral de todo el reparto, sin altibajos ni secundarios de relleno que no dan el ancho. Impecable factura de una fórmula narrativa que tiene éxito básicamente porque muestra la realidad cruda tal cual es: desde la violencia entre bandas narcotraficantes a la corrupción del PRI Estado o el feminicidio de Ciudad Juárez. Una producción que nos muestra la vida cotidiana de nuestro México lindo y querido.


Quienes hemos vivido y amamos esta segunda patria bien sabemos que lo narrado es una ficción veraz que muestra subrepticiamente, sin querer queriendo, la vida cotidiana de los de abajo, los sin nadie, e incluso la estética que en los ochenta y noventa se impuso como norma en Tijuana o Cali.

Hablamos, como en Sin tetas no hay paraíso, del cambio del cuerpo y los modos y usos, una metamorfosis que convirtiera a la mujer en valor de cambio y el valor de cambio en flujo que todo mudaba con el dólar y el perico como actores protagonistas de las formas reinantes.

Algo similar a lo que observamos con el colapso del capitalismo que estamos viviendo. O, si prefieren, en el mundo al revés, la emergencia y dominio en la esfera pública de las formas subalternas de expresión. Así, el “Sleazecore” es la última tendencia estética de esta era neobarroca que asume el estilo delincuencial del narcotráfico imitando a Pablo Escobar cuando los magnates del Capital y el FMI habitan en Alcalá Meco.

De Justin Bieber a Miami Vice, el antihéroe marginal se impone como modelo de referencia, del tatuaje carcelario y la cultura plebeya al trap y el reagetton. Así, el estilo maximalista de Jeremy Scott tiene ecos de las series de Netflix. El imaginario contrabandista empieza a invadir la cultura pop, con lo que ello implica como forma dominante. Y se proyecta en formatos como Mujeres, Hombres y Viceversa, un modelo de referencia de canis y chonis que tienen su predicamento en los jóvenes sin esperanza que emulan la distopía de Black Mirror en la forma-concurso del éxito a partir de tratar de marcar una diferencia que es la indiferencia de lo mismo como eterno retorno.

Más allá del imperativo del discurso patriarcal y falocéntrico, lo que prima en la cultura de La Isla de las Tentaciones no es tanto la desigualdad de género como la igualación por el principio de universal equivalencia del reino de la fantasía, de la imagen.

El sentido de este formato es la lógica de la forma mercancía. El mercado de los afectos es el eterno retorno de la circulación de canis y chonis condenados a rolear porque el principio real de la circulación no es otro que la falsa promesa de ser diferentes, de ser distinguidos, aplazando el sueño dorado de quedar fijo en el reino del Olimpo catódico propio del escaparate mediático.

Esta deriva afecta por igual a la información rosa, los reality shows o los cantantes de moda a lo Tangana. Como anticiparan Los ilegales, son macarras, son horteras y van a toda hostia por la carretera, probablemente para estrellarse, porque la oferta supera a la demanda. Hay mucho cani suelto dispuesto a su minuto de gloria ("porque yo me lo merezco" sería la expresión apropiada del nuevo individualismo quinqui).

El caso es que esta tendencia apunta el dominio de la pulsión plebeya a nivel formal, aunque dominada por el mito de Robinson Crusoe, desconectada de lo social, de las posibilidades políticas de los retazos y detritus de la historia. Así que conviene empezar a vindicar con esta estética de lo marginal y una alternativa de lo común.

Cuando las iglesias se vacían y los museos se llenan, es tiempo de asumir el culto a una estética sucia o por qué no defender lo cerdo y constituirnos en piara, como nos dicen en el Norte, más aún cuando funciona tan bien el ibérico y el Museo del Jamón.

Mientras nos contentamos con empezar a perrear con Bad Bunny, conviene empezar a mirar las formas que aparecen, al menos para eludir los peligros de una metamorfosis sin poder real de transformación, por mucho que lo piensen algunos. Yo, por mi parte, me comprometo a asumir ese compromiso.

Mi amiga Maka, que ha sido madre recientemente, siempre me critica por ser tan formal (no crean que solo en el universo académico o en el estilo clásico de vida, sino incluso a la hora de escribir). Es capaz de impugnar mi modo traje o quitarme la corbata si me descuido entre cerveza y cerveza en Tramallol.

Ella ya me solicitó "menos chaqueta y más chandalismo". Así que hacemos nuestra su proclama. Si hace tiempo vindicamos la fiambrera obrera, lo de Hugo Chávez fue premonitorio. Debiera haber exigido derechos de autoría por el uso del chándal a las firmas de moda o los cantantes de éxito. ¿Sabrán los figurantes de Mujeres y Hombres y Viceversa este antecedente? Me temo que no. No leen, solo escuchan y miran la pantalla, y no para leer precisamente el periódico. Cosas de la metamorfosis que dan que pensar.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 27 de octubre de 2021

  • 27.10.21
En la cultura digital proliferan los memes y los memos, estos últimos desapercibidos pero ya les digo que, a fuerza de jartibles, ya ni en inglés se pueden descalificar como hatibles. Hay quien dice, vaya usted a saber, que es como resultado de la cultura de lo like –o lo light, que tanto da–.


Pero, si hablamos de nuestro país, palmeros existen de tiempos inmemoriales, prácticamente desde la corte de "tanto monta, monta tanto" que, al fin y al cabo, de lo que se trata es de montar, o montarse el taco: la reproducción, vaya, en sus diversas modalidades, sea esclavizando a la plebe patria o allende las fronteras, como vindican ahora los bárbaros hijos de la chingada.

No debiera sorprendernos: vivimos un tiempo semejante al de los personajes de Brecht. En La ciudad de Mahagonny, el dramaturgo alemán anticipa el relato del apocalipsis de una generación adaptada a la violencia de la acumulación por desposesión, entre el hedonismo y la pasiva fatalidad de más de lo mismo, característica de la cultura sumisa del like.

Los protagonistas del drama, como los actores de hoy, saben decir qué les gusta pero no oponerse, inmersos como están en el espíritu positivo de su tiempo. La cultura de la hipertrofia de la seducción es, de hecho, la cultura del individualismo posesivo, de la figura del empresario de sí mismo que, en el callejón de los espejos de Valle Inclán, mostraría algo bien distinto, como en la jocosa escena de El Buen Patrón en la que los prohombres hechos a sí mismos quedan en evidencia por sus esposas como lo que son: hijos de papá, herederos de la barbarie y de la expropiación.

Por ello, no deja de ser ridículo escuchar a Arrimadas –y antes a Rivera– decir que ellos son lo que no son: socialdemócratas (bueno, luego liberales, otrora centristas, luego patriotas y, para finalizar, ejecutivos a cuenta, que es de lo que se trata: del taco).

Por eso nunca supimos si el concursante de retórica era de Bernstein o Kautsky. En estos tiempos del like, la banalización extrema de la ocurrencia ocasional prolifera con la escópica lógica de la verborrea del nuevo homo loquens.

Por ello convendría empezar a exigir "menos hablar y más leer". El acto de la lectura tiene el potencial de sugerir, evocar, proyectar frente al potencial proceso de pérdida de la libertad creativa de la palabra suelta que, más que un verso sin rima, es una rima arrítmica sin posibilidad de vida porque no contempla la pausa o el silencio, tan necesarios en la música y en toda república.

Toca, pues, superar el universo Facebook y la cultura del postureo: hemos de trabajar en pro del costureo, de coser los rotos y jirones del neoliberalismo. Precisamos, en fin, menos aplausos y más cacerolada; menos palmeros y más orfebres del arte de la propuesta y el antagonismo, pues nos va la vida en trascender y negar el origen de esta y otras turbulencias, sociosanitarias y financieras.

Al fin y al cabo, sabemos que los palmeros pueden seguir el ritmo de cualquier palo. Y esa es, en suma, la cuestión: saber de qué palo es uno, si es de El Palo o de La Malagueta; si es de La Macarena o de los neohipsters de La Alameda, que siguen soñando que la revolución se hace a golpe de click mientras Facebook, vía WhatsApp, impone reglas restrictivas, un capitalismo salvaje de lo que Joaquín Estefanía califica de "relaciones sádicas", esto es, contratos de adhesión que son de vasallaje, de rendición debida a quien no da rendición de cuentas, inmersos como están los GAFAM en el paraíso fiscal de su reino en la tierra.

Visto lo visto, una cosa queda clara: o nos convertimos en palmeros del abuso (No mands land) o vamos a una política de límites y contrapesos. La democracia deslimitada, sin regulación, es más propia de sistemas feudales, tan nostálgicos ellos de la antigüedad, cuando hablar podía salir tan caro como perder la propia vida, algo semejante a lo que está pasando de forma amable, a golpe de like, en la democracia aclamativa del nuevo espacio virtual de la Plaza de Oriente, con tribunales de orden público añadidos.

Toca, en fin, aprender de este tiempo de silencio como un tiempo de alternativas. Cultivemos el principio "esperanza", como el viejo topo de la historia, calladamente. No vaya a ser que quieran hacer una página web de nosotros.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 15 de septiembre de 2021

  • 15.9.21
Dejó escrito Goethe que nadie es más esclavo que aquellos que falsamente creen ser libres. En nuestro país, esta sentencia debiera estar escrita a sangre y fuego en el espacio público. Más que nada porque, parafraseando a Pedro Lemebel, hay que tener miedo torero en una cultura política en la que las embestidas de personajes televisivos como del que nos ocupamos en esta columna son habituales en nuestros hogares. Y, de un tiempo a esta parte, constituye, diríase, la norma oficial y el sentido común en el espacio público.


Desde este punto de vista, Mi casa es la tuya es más que la república independiente de nuestra casa: es el caballo de Troya del neofascismo o el rayo que no cesa de la oligarquía bárbara, propietaria de un país donde, como la Casa de Alba, se reproduce la colonialidad del saber poder del espejo mediático, convirtiendo el país en un erial para el cultivo de la nulidad y la conversión del público en ilotas o esclavos de la nada.

Y es que actores políticos como el chistoso caballero representan, por antonomasia, el antiandalucismo, haciendo honor a su estirpe y origen británico y a su cultura colonizadora. Sí, las genealogías sirven para algo. Por ejemplo, para saber que su familia y abolengo tienen su origen en el proceso de colonización de familias inglesas que, atraídos por el comercio de ultramar con América, se instalaron en Andalucía para exportar los vinos andaluces. Vean la historia de Domecq, Terry o Byass.

Ya es paradójico que el icono del toro resulte ser una añagaza publicitaria de una familia bodeguera británica. Vamos, que nos tienen engañados, como el emérito, con el discurso de ser campechano, o la Duquesa de Alba, proyectada en los medios como cercana y popular mientras amplía su riqueza con la lógica de acumulación por desposesión y las subvenciones de la UE.

No sé ustedes, pero si de divertirse se trata, mejor Ozzy Osbourne, que más que transgresor es un arlequín digno de este tiempo. Nada que ver con el señorito bodeguero dado a voxiferar sentencias más propias de un señor feudal que de un personaje público digno de ser escuchado.

Los millones de audiencia no tienen por qué padecer el sentido común de un discurso destinado a hundir en la miseria a la mayoría y financiado con dinero público en medios como Canal Sur. Pero vivimos en el mundo al revés y en él no impera precisamente la razón.

En términos de Henry Giroux, se ha iniciado el macartismo propio de la cultura zombie, una cruzada que socava la democracia por exigencias del pogromo neoliberal singular del reino de España, el capitalismo de amiguetes, que ríase de Paquito el Chocolatero –perdón, del "Generalísssssimo"–.

El revisionismo histórico, la política del miedo, la normalización de la censura, la masculinización de la esfera pública, el supremacismo WASP (en clave nacionalcatólica para el caso de España) dan cuenta de un frente cultural por pensar, más allá del sistema educativo, considerando el grado de deterioro del espacio público.

Etnicismo, destrucción ecológica, aporofobia, racismo y concentración de la riqueza conforman las líneas de una distopía aterradora, a la par que desternillante, que enmascara la realidad y el precio de la luz (no solo de las eléctricas) en la toma de conciencia de una amenaza real que, esperamos, no alcancemos a confrontar demasiado tarde.

Conviene cuanto antes, como recomendara Gilroy, hacer lo político más pedagógico y lo pedagógico más político, empezando por el espacio catódico o mediático donde tendremos que coger el toro por los cuernos. Pues, como nos ilustrara Alfonso Sastre en una de sus piezas magistrales, más cornadas da el hambre y estos fulleros de moral distraída solo saben embestir.

Así son las cosas y así se las hemos contado, aunque no aparezca en el NODO diario del duopolio televisivo.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 21 de julio de 2021

  • 21.7.21
La era Netflix es la postelevisión a la carta, un tiempo marcado por la voluntad de autonomía del espectador. Los datos de demanda apuntan a que el 30 por ciento de los hogares de todo el mundo tendrán Netflix en pocos años. De nada servirá el boicot de Hollywood a este gigante del audiovisual. Ni la exigencia de las cadenas de televisión en España de que dediquen el 5 por ciento de sus ingresos a producir cine en español.


Los nuevos procesos de integración y concentración de operadores como HBO o las estrategias de Apple y Facebook dan cuenta de una realidad, la de las plataformas digitales, que ha venido para quedarse y que requiere soluciones imaginativas de los poderes públicos para regular y evitar la uniformidad del negocio que ya se está observando como con los autos UBER en la ciudad de San Francisco.

En los últimos meses, el debate sobre la tributación en España de plataformas como HBO y la citada Netflix dan que pensar en este sentido. La propuesta de una tasa Google o financiar el servicio público de la RTVE a través de impuestos directos a estas plataformas es posible y necesario.

Debido a un sistema impositivo precisamente nada o poco progresista, estas grandes compañías, merced al sistema público aplicado a las sociedades, aportan a la Hacienda Pública menos de 50.000 euros, en proporción cien veces menos de lo que tributa un trabajador precario.

Mientras plataformas nacionales como Filmin declararon más de dos millones y medio de facturación, las empresas de origen estadounidense eluden sus obligaciones por la existencia de paraísos en la propia Unión Europea (UE), como Irlanda o Luxemburgo.

De Apple y el vendedor de chatarra, Steve Jobs, al imperio Amazon, el acoso y derribo a la Hacienda Pública corre pareja a la imposición de monopolios y a la explotación de mano de obra barata sin que la Comisión Europea tome seriamente cartas en el asunto. Llevan de hecho anunciando medidas contundentes una década mientras los gigantes globales de la comunicación amenazaban de muerte la diversidad audiovisual.

Si hasta 2022 no habrá armonización en el IVA en el espacio euro, imaginen una regulación sobre la tributación de sociedades y los paraísos fiscales en el espacio de la UE. Es probable que, ya para esa fecha, Netflix domine el mercado de consumo y producción audiovisual y que España, su industria fílmica, sea una mera maquila del gran emporio que se está fraguando.

Eso sí, podemos seguir pensando en la trama de Juego de Tronos cuando la verdadera compleja narrativa que nos afecta y se cobra víctimas es la de los nuevos oligopolios culturales.

Mientras el cine está siendo revolucionado, la cultura streaming se impone como norma en el consumo de ficción audiovisual; se mezclan formatos, la televisión es serie de ficción, las series cine de folletín, los actores no sabemos si hacen cine, series televisivas o son como Keanu Reeves: personajes de videojuegos como Cyberpunk 2077.

Todo es confuso e hibridado. La cuestión es qué política cultural hemos de diseñar a nivel del Estado, las regiones y la propia UE cuando nos hemos convertido de satélites en un espacio colonizado por el americanismo, que impregna incluso los criterios de asignación de ayudas del antiguo Plan Media.

En definitiva, en la era del capitalismo de plataformas hay que centrar la mirada, más allá de la tributación, en la estructura de la información, siendo conscientes de que el problema de la propiedad intelectual no puede ser restringido al derecho, al medio contractual de legislaciones, tratados y monopolios cognitivos, que favorecen la jurisprudencia angloamericana y su biopiratería.

En otras palabras, tenemos el reto de pasar del derecho positivo a la política. En juego están los bienes públicos comunes (cultura, información, saber, educación). El bien patrimonial a este nivel es un bien de lo procomún que se caracteriza por la indivisibilidad de su oferta por la que cada miembro de la colectividad consume en su totalidad este bien o este servicio, o se beneficia de la existencia de determinado stock de este tipo de bien.

En la era Netflix, tal lógica se amplía geométricamente y hace necesaria una política de comunicación activa que nunca puede estar disociada de una política de enseñanza y de investigación científica, recíprocamente. En palabras de Mattelart, no habrá sociedad de saberes sin interrogarnos sobre los procesos de concentración capitalista de las industrias culturales que, si nosotros no las resguardamos, corren el riesgo de prefigurar las lógicas estructurales en los modos de implantación de los dispositivos del saber.

Las grandes instituciones internacionales se resisten a esa visión integradora y me temo que, además de Bruselas, nuestro Gobierno y hasta nuestras universidades, entregadas a Microsoft y al Imperio Google, han renunciado a sus responsabilidades institucionales. Es hora, pues, de organizar la resistencia.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 30 de junio de 2021

  • 30.6.21
La modernidad es movimiento, transformación y novedad. Y el viaje, el anhelo en la era de la turistificación, del cambio de hábitos que hace inhabitable nuestras plazas y barrios por un concepto del tiempo y del espacio desnaturalizado, en especial, por esta propensión a desplazarse explotando intensivamente el tiempo que, como todo el mundo sabe, en la era del vil metal, siempre es oro.


La ciudad moderna tiene como resultado el reloj (hoy diríamos que el móvil) y, desde luego, también la máquina como fetiches redentores de las utopías irrealizables en una suerte de mecanización de la voluntad de vivir los flujos acelerados del capital y su rotación, lo que hace imposible otra experiencia que no sea la de la fantasía cronificada, administrada, por la mágica composición y ensamblaje del hábitat como escenario del drama (road movie, más bien) de la vida como fuga.

El calendario –dejó escrito Martín Santos– es un discurso paradójico. Organiza una serie o secuencia de hitos, ritos, ceremoniales y fiestas que representan una ruptura del tiempo según un orden lógico y lineal, como las noticias. De ahí el principio de periodicidad que rige la economía política del tiempo informativo.

Frente a esta lógica, lo más radical es la total imprevisibilidad. En los años ochenta, una de las radios piratas más radicales de Madrid era Radio Cadena del Wáter. Una experiencia anómala, no tanto por el lenguaje, la música y sus contenidos, sino porque emitían cuando bien querían, a vuelta de una fiesta, de madrugada o en el almuerzo. No había previsión alguna.

Los radioescuchas debíamos estar a la caza y captura de que se manifestaran los responsables, cuya radicalidad llegó a cuestionar la idea misma de programación y, desde luego, la rutina productiva del horario preestablecido.

Frente a esta disidencia o singularidad, la matriz epistémica de Sillicon Valley tiende hoy a cronificar los procesos y flujos acelerados de información. Esta es la caja negra del nihilismo neopositivista del "divide, acelera y vencerás", cuya esencia, como la lógica de la mercancía, es rotar y circular lo más rápidamente posible.

Así, la movilidad, como el cambio característico del ethos moderno, es equiparado a innovación, creatividad, fluidez, libertad, autonomía y bienestar. Una visión de las elites, a fuerza cosmopolita, que se impone como cultura del desanclaje y del desarraigo, dado que la ideología movilitaria de la modernidad nos hace creer, a fuerza del discurso del cambio, que el mundo gira y no moverse o desplazarse es perecer.

Si la cultura, y sus cronotopos, es un motor de desarrollo humano según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el movimiento slow information apunta en este sentido a defender un proceso de reconocimiento que da sentido al cambio y movimiento. El proceso de extrañamiento del tiempo en la lucha contra el cronómetro es central.

La locomotora de la invención, el tren como servomotor de la sincronización horaria del plantea, impuso su velocidad con la vida del común de los mortales, en tiempo aparentemente infinito y perpetuo validando, como lo hace también la industria cultural, el orden que no cesa. Así, el conservadurismo y falta de creatividad en los medios periodísticos siempre se justifica por razones de tiempo.

Las rutinas productivas de los informadores imponen por sistema una dieta pobre, un menú de comida rápida de la actualidad que termina por resultar tóxica en virtud de la ley de hierro de la economía de señales: transmitir el máximo de información, en el mínimo tiempo posible y con la máxima eficacia.

El núcleo de la transformación de la estrategia gerencial de Taylor fue, en su momento, la observación sistemática de la conducta humana en el lugar de trabajo (hoy lo es, en la era del Big Data, la analítica exhaustiva del consumo y comportamiento cultural del sujeto de explotación) con la consecuente normalización de funciones dirigida a controlar la fuerza productiva de creación de los trabajadores.

En otras palabras, la administración científica del trabajo inaugura la consideración de los asalariados como instrumentos flexibles dependientes del poder gerencial. Por ello, Braverman caracteriza este proceso como una lógica de control empresarial basado en tres principios, hoy claramente presentes en la era de las redes distribuidas: disociación del proceso de valorización y de las habilidades creativas del sujeto del trabajo; separación entre concepción y ejecución; y uso del monopolio del conocimiento para un mayor control del proceso de valorización.

Así, si el punto de mira del modelo taylorista fue el saber hacer de la clase obrera, hoy el proceso de acumulación por expropiación en beneficio del capital pasa por la subsunción de la creatividad de los prosumidores.

Este proceso de dominación se da en el tiempo, pues es a este nivel, como bien demostró Postone, donde se da la regulación y control de las prácticas culturales. Kluge distinguía a este respecto las formas de mediación del cine y la televisión. Si el cine se sitúa del lado oscuro del tiempo, la imagen televisiva es siempre brillante.

Por ello, el cine tiene públicos y la televisión representa una privatización del espacio-tiempo que coloniza el ámbito doméstico. Esto es, el cine trabaja en el plano de lo singular y la televisión en la lógica de lo disperso, ya que se ajusta al principio de universal equivalencia.

Impugnar el modelo de organización dominante en las industrias culturales supondría liberar el tiempo de los fórceps del sistema y abrir el campo de lo simbólico a la experimentación, a la experiencia. Es preciso recuperar, de acuerdo con Remedios Zafra, los tiempos no colonizados por la ansiedad productiva, a fin de aprender a pensar, a vivir, a gozar, a soñar poéticamente, generando conciencia de universos posibles.

Vindicar al niño que fuimos, al homo ludens, frente al homo faber y al horror vacui que niega los intervalos, las pausas, el encuentro, los paréntesis y hasta el derecho a aburrirse con el inútil transcurrir del tiempo, no como tiempo muerto sino, simplemente, como tiempo de vida en sí mismo, sin otra pretensión que estar, ser y sentir.

Lo contrario de ello es el paradigma securitario en el que el ser humano se convierte en mero apéndice por su dependencia tecnológica de los nuevos terminales corporativos biométricos. No está de más, por tanto, repensar esta velocidad de escape que rige en nuestras comunicaciones móviles para criticar la deriva urbana (Debord dixit), la desterritorialización y el elogio de la fuga (Henri Laborit). Y, ya de paso, cuestionar el derecho a la palabra y cultivar el silencio como la reflexión.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

martes, 25 de mayo de 2021

  • 25.5.21
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida –y nombres, añadiríamos–. No hay fenómeno, por contingente que parezca, que no sea objeto de taxonomía. Así, hablamos de millennials o de Generación Z y, hasta en el telediario, a las mujeres y hombres de El Tiempo les ha dado ahora por poner nombre a las borrascas, exigencia expresa, por cierto, de Bruselas, como parte del proceso de americanización televisiva.


La propensión a definir el acontecer social es propia del Homo Loquens y alimenta la espiral del relato de crónicas y reportajes en los medios. Hace poco descubrimos que formamos parte de una nueva categoría: Generación Silver.

La denominación que hemos tenido los nacidos en la década de los sesenta ha sido, como las subsiguientes, variopinta: de la Generación Boom a este nuevo marcador se ha descrito nuestra vida con las vicisitudes propias de un orden social siempre alterativo. Tanto, que hoy podemos calificarnos como Generación Atónita, semejante a la que se formó con el cine como nuevo espectáculo de masas.

Vivimos, de hecho, danzando, torpemente, con arritmia, con el paso cambiado, y cuando aprendimos, con esfuerzo, nuevas certezas nos cambiaron la pregunta, modo examen sorpresa, tanto en el mundo social como en la vida afectiva.

Si la poiesis del amor es como el baile, nuestra generación parece proclive a ir pisándonos sin remedio, con tacto pero sin ritmo ni sentido. Y justo en este escenario equívoco, o más bien esquivo, una red nos quiere convencer que es nuestro tiempo (ourtime) pese a que uno tiene la sensación de que hoy vivimos una situación extemporánea a la que nos vemos expuestos, pese al mejor de nuestros esfuerzos por estar dispuestos a una adaptación creativa.

Mal empezamos nuestro tiempo si hemos de entendernos en inglés y a golpe de pantallazo. ¿Es este el modo adecuado del amor en los tiempos líquidos que vivimos ? ¿ O la mercantilización de la vida por el capital incluye la lógica de la universal equivalencia en las formas de relacionarnos ? No se explicaría de otro modo el imperio de la soledad y la proliferación de aplicaciones para querernos.

En los usos y sentimientos de amar, muchas cosas han cambiado. De lo hetero a lo pansexual, del sentimiento a golpe de tuit al click selectivo, del decir al hacer y la geometría variable de las esquinas del deseo, el movimiento pendular de las costumbres del querer ha resultado desbordante sin que algunos, al menos los de dicha generación, seamos capaces, al menos fácilmente, de sobrevivir al principio de la destrucción creativa.

Más que nada porque no hay carta de navegación. Ni narrativa posible o deseable. La lógica de presentación, nudo y desenlace ha quedado en un selfie, un Me gusta y despedida y cierre. No hay tampoco taxonomías posibles, ni clasificaciones deseables, si bien asumimos nuevos roles y categorías como follamigos por necesidad.

Se mixturan los géneros y se producen nuevas formas de relacionamiento. Un amigo dice que a fuerza de transgredir, estamos degenerando. Pero si uno estudia la historia de la norma o canon, toda nueva modalidad es fruto de una ruptura, de una degeneración. Así hemos pasado de lo heterosexual a la identidad no binaria. Y de las relaciones normalizadas a las relaciones irracionalizables.

Bienvenidos a la era de lo virtual, un tiempo sin taxonomía, un nuevo sensorium de lo inclasificable en el que, quizás, la muerte del código civil resulte terminar en una suerte de civilización sin código, salvo la moral de Instagram que, como el nombre indica, es la justicia del instante.

El amor episódico, el eterno retorno de la nada, que es tanto como la banalidad del mal en la medida que termina sistemáticamente por devorarnos cuando descubrimos que somos algo así como un personaje a lo Truman Burbank protagonizado por Jim Carrey. O, como apunta el ensayo de Tamara Tenenbaum titulado El fin del amor, donde concluye que amar, en tiempos de pandemia, no es un peligro por contagio sino, por lo contrario, por las dificultades de toda relación.

Ni romanticismo ni relación, la lógica escópica que padecemos nos deja en la estepa o en el desierto. La muerte de todo compromiso es la afirmación del compromiso con uno mismo, excluyente, solipsista, anodino, una suerte de vida burbuja nada gratificante, como el amor líquido del que habla Bauman.

El problema es que el goce nos emplaza a los otros. Somos, por definición, seres sociables y precisamos comunicarnos para ser, esta es una verdad antropológica y culturalmente indiscutible, aunque los cuerpos de Hooper abracen hoy la soledad por un tiempo colonizado y un individualismo posesivo sin solución de continuidad.

Del espacio público compartido a la Lógica Eenmnaal (comida para uno, en neerlandés) tal desplazamiento da cuenta de un problema de convivencia. Instagram nos formatea, el capitalismo selfie nos desconecta y el individualismo posesivo nos impide amar, por una cultura de baja tolerancia y escasa voluntad de entrega.

Tiempos, pues, de gourmet solitario o de First Dates, un postureo de amor fast food, sin esperanza ni aspiraciones trascendentales, salvo el minuto de fama, el fogonazo de lo que podría ser y nunca será. Visto este escenario, pueden calificarme de "clásico" o "romántico": habrá que perecer o morir de amor, que ya no se lleva ni en la ficción, menos aun en tiempos de mercaderes que nos ofrecen suscripción de una esperanza imposible siempre que pasemos por el cajero. Cosas veredes, amigo Sancho, que parecieran imposibles.

Pero la vida siempre es inteligente, pese al homo sapiens. No vamos a seguir "obcicados" –digo bien, "obcicados"–. Así que, puestos a jugar con las fluctuaciones del Universo Google de clasificación, renunciamos a modo plata y optaremos por ser generación cobre. Más que nada porque este metal es más duradero, y es un excelente servotransmisor, siempre dispuesto a la aleación, ya que nos han impuesto reducir nuestra pasión y reciclar. Qué mundo, pardiez.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 7 de abril de 2021

  • 7.4.21
En la literatura y en los estudios de Comunicación es conocida y aceptada, por lo general, la definición de la “ética” como el ámbito relativo al “conjunto de rasgos y modos de comportamiento” siguiendo el canon del Diccionario de la Real Academia que, en su última versión, incorpora la palabra “ethos” como “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad”, quizás por influencia del filósofo de la modernidad (Kant) y la concepción del imperativo categórico que, en buena medida, ha ocupado los intereses y debates a este respecto en el campo.


Poco común es, paradójicamente, asumir en cambio la dimensión comunal que asocia este ámbito de reflexividad con la necesidad de cierta predisposición a hacer el bien o, genealógicamente, referir esta noción al significado originario de guarida, refugio o morada, lugar donde habitamos, más allá de Aristóteles.

En el tiempo que vivimos parece, sin embargo, más conveniente, en la Comunicología y otras Ciencias Sociales y Humanas, partir de esta última noción, pues en nuestro tiempo, de crisis civilizatoria y transición a nuevos paradigmas, se torna urgente pensar las ecologías de vida, repensar el oikos.

De hecho, la humanidad se enfrenta hoy a la necesidad de reformular la cultura, el modo de ser y carácter, como hábito, morada o refugio, en la indisoluble unidad histórico-material del sujeto-mundo y sus formas de construir las ecologías de vida desde el campo lábil y conflictivo de las mediaciones.

Esta es la tesis que propone el gran pensador Bolívar Echevarría y que conviene releer en diálogo con la actualidad para comprender, en el contexto más amplio de transformaciones históricas, el sentido de la exigencia, la autonomía y la responsabilidad social en los medios que brillan por su ausencia, sin límites, en Mediaset y Atresmedia, en Canal Sur y en la prensa del régimen.

El espectáculo de pornografía sentimental como el caso Rocío Carrasco, las derivas de La Isla de las Tentaciones o el continuo blanqueamiento del fascismo dan cuenta de una toxicidad sin precedentes que nos emplaza, por necesidad, a pensar el medio ambiente social que se deteriora con la infodemia.

La hipótesis de partida es básica, y no por ello recurrente. Si la política es el arte de lo posible y la ética de la comunicación el ámbito normativo que hace posible la vida en común, no hay transformación posible sin una articulación compleja e integral de los mundos de vida y la morada del sujeto de derechos, sea profesional de la información o ciudadano expuesto a la continua pornografía de la mercancía que captura la pura vida.

La calidad democrática y el periodismo de excelencia exigen un trabajo sobre el universo axiológico de la ecología de vida en tiempos de la prensa rosa. Pero sucede que los estudios sobre la naturaleza informacional de la sociedad contemporánea dibujan en nuestro tiempo un escenario contradictorio, cuyo gobierno por las máquinas y sistemas de información, lejos de facilitar un conocimiento detallado de los procesos de desarrollo, favorece, en la práctica, la asunción de un pensamiento sobredeterminado por un “metarrelato posmoderno”, incapaz de otra cosa que la denuncia de los proyectos de movilización y democratización del conocimiento y de los medios de información y expresión cultural autónomos.

Véase el informe estadounidense de ataques a la prensa en España cuando denunciamos que lo que hoy domina en nuestro ecosistema informativo, lejos de ser normal, democráticamente hablando, es una anomalía salvaje, un despropósito que se traduce en el minado de las bases cívicas de toda convivencia republicana, objeto, por cierto, de denuncia por la UE como cuando en los medios se dedican a titular continuas falsedades en el despliegue del lawfare que es la guerra de clases por otros medios, no precisamente democráticos y éticamente aceptables.

Si Matías Prats y los comunicadores han perdido la vergüenza siendo publicitarios del capital, poco podemos hablar de deontología en esta suerte de informadores comisionistas. Lo de la Gürtel en el periodismo patrio es el colaboracionismo nazi con Ley Mordaza de por medio, pero de esto, los guardianes de la libertad poco dicen. Ni están ni se les espera.

Lo grave es que, con ello, la atmósfera se torna irrespirable, un entorno invivible, contaminado, radioactivo y guerracivilista promovido desde el poder financiero y el gran capital con un único objetivo: la restauración del régimen y la contención de todo principio esperanza para, como escribiera Vázquez Montalbán, cambiar la vida y mudar la historia, el relato de lo que es y puede ser.

La desrealización del mundo cotidiano y la pérdida material de las formas de anclaje de la experiencia por efecto de la colonización de los simulacros mediáticos terminan como resultado por bloquear el imaginario político-ideológico emancipatorio en un proceso de mixtificación de las nuevas formas de dominio flexible, que de raíz niegan toda posibilidad de otra forma de espacio público en común, pese a la pertinencia y necesidad de este ejercicio intelectual y de compromiso histórico en un tiempo como el presente, marcado por el proceso intensivo de globalización, cuyo desarrollo se está traduciendo en diversas formas de crisis cultural y des-concierto de las comunidades locales, paralelamente al proceso de descentralización de las instituciones económicas, políticas e informativas.

No ha de sorprendernos, pues, que quienes se alimentan de La Isla de las Tentaciones, Sálvame o el Café con Susanna Griso campen a sus anchas en las plazas públicas de Madrid vindicando el incumplimiento de las normas, a lo Aznar –dicho sea de paso–, que nadie le puede decir a qué velocidad ha de conducir su vehículo de alta gama, para eso es español muy español, como M.R.

En otras palabras, nuestros medios, periodistas y estadistas fast food más que liberales son ultramontanos, un problema de salud pública que invita a la reflexión y, desde luego, a intervenir por el bien común, por la democracia y por la convivencia de todos.

Este es el horizonte de progreso inmediato que hemos de acometer ante la deficiente y contaminada ecología de la comunicación. Las discusiones en curso sobre el papel de la comunicación y los sistemas informativos permanecen, sin embargo, anclados en la visión absolutista y autoritaria del franquismo sociológico en contra de toda articulación social de diferentes actores y agentes sociales ante el conjunto de problemas que enfrenta el país.

Y ello invita a pesar que parece notorio que el ethos requiere política e imaginación comunicológica que libere las energías y haga habitables las ecologías de vida en esta piel de toro. Desde este punto de vista, podemos afirmar que el desarrollo comunicacional en España constituye, a este respecto, un problema estratégico si hemos de salir del actual bloqueo y crisis institucional, especialmente cuando, como reza el documento audiovisual de Rocío Carrasco, hay que contar la verdad para vivir, pese a que los medios mercantilistas más bien mienten porque son vivos, como dicen los quiteños: pura viveza criolla.
FRANCISCO SIERRA CABALLERO

miércoles, 10 de marzo de 2021

  • 10.3.21
Decía Blaise Pascal que lo contrario de una verdad no es el error, sino una verdad contraria. En estos tiempos convulsos de pandemia y crisis de régimen, se procura no obstante estabilizar lo inevitable: un proceso constituyente y el advenimiento de la III República, contra viento y marea. Pareciera, en fin, que la historia se repite como farsa.


Cabe así hacer un ejercicio memorialista sobre el 23F o la fabricación de presidentes (Suárez/González) con el blanqueamiento de la figura del jefe del Estado y la dinastía borbónica, la peor plaga que ha asolado por siglos la historia de España y que estos días pone en evidencia el teatrillo de la propaganda para legitimar un orden que es todo menos acuerdo y consenso democrático.

En esta estela cabe, por ejemplo, situar la entrevista de Jordi Évole al mal imitador de estadista José María Aznar. Si no aciertan a confirmar esta evidencia pueden, no obstante, corroborar tal aseveración leyendo La paciencia de la araña (editorial Samarcanda), de Juan Carlos Rodríguez Centeno, una obra que ayuda a realizar la necesaria lectura a contrapelo de la historia con la que aprender a pensar nuestro presente.

No vale decir, como es habitual respecto al cine, que hemos dedicado demasiadas obras al periodo de la Guerra Civil. Esta afirmación, si me permiten el atrevimiento, se antoja inconsistente si comparamos con otros países como Estados Unidos, que han vivido situaciones semejantes.

Pero, además, es del todo falsa e inconveniente desde el punto de vista de la guerra de clases hoy en curso, más aún si se conoce la economía política de la guerra, los negocios en el origen de buena parte de los emporios del IBEX 35 que la novela retrata, no solo a través del financiero Juan March, sino con otros aventureros y buscadores de fortuna de lo que podríamos denominar en España como capitalismo de amiguetes o cultura del estraperlo.

En esa España que se fraguó no puede faltar la figura del rey, la figura por antonomasia de esta lógica depredadora. No quisiera extenderme en la recomendación de la obra, pues la columna de este mes viene motivada por el malasombra que reaparece no sabemos si para justificar el sinsentido o para dar sentido a su forma insulsa de ser y estar.

Pero permita el lector una digresión, con todo lo arriesgado del oficio, más que nada por que escribir sobre la obra de un compañero o camarada siempre es un compromiso. Y hacerlo con la libertad de la lectura gozosa exige tomarnos la licencia de curtir de curador, o de curar las heridas propias de una grieta o herida por la que sangra la literatura, tanto como el cine o la historiografía.

Ahora, si nos atrevemos a tal ejercicio sin red es porque puede ayudarnos a saber quién era Manuel Aznar y, quizás, permitan la arrogancia de tal intención, ello sirva para ilustrarnos en el contrapunto entre la novela y la reciente entrevista a Aznar que tan aleccionadora se antoja.

En La paciencia de la araña, el profesor Rodríguez Centeno despliega todo un tratado sobre la propaganda y el papel de la prensa en tiempos de guerra, un tema hartamente querido por el autor. En sus páginas, figuran personajes como Arthur Koesler, la propia figura de Queipo de Llano, Bobby Deglané o la propagandista nazi que protagonizó uno de los episodios más tristes y lamentables de la propaganda negra en España.

La obra muestra, además, las estrategias de propaganda falangista. No en vano, se sitúa en el periodo histórico emblemático para el tema, la era de la propaganda de masas, un periodo propicio para la reflexión.

La Europa de entreguerras y EEUU fueron el laboratorio del manejo de la radio para la movilización social y para las causas de las ideologías en la Alemania nazi, el fascismo en Italia y desde luego en España, como en Estados Unidos, el modelo de control y previsión social de la cultura fordista.

En la novela, vemos cómo la propaganda aparece siempre, como define uno de los personajes, con las manos manchadas de sangre, tan efectiva y necesaria como cualquier cuerpo del ejército y que se puede explicar, en buena medida, por la economía política de la guerra a propósito del terror y la crisis capitalista.

De la Residencia de Estudiantes con Buñuel, Pepín Bello o Celaya y la Sevilla subalterna y desconocida, de los interiores y hábitos de la Falange, a la realidad del campo andaluz y extremeño, de los tugurios y burdeles de la retaguardia, a los hospitales de campaña y los devastadores efectos y consecuencias de la barbarie, el pasado se proyecta en el presente, en el sentido unamuniano –nunca mejor traída la expresión– como auténtico personaje de este trasfondo histórico que nos hace pensar este tiempo con otra mirada, porque novelar es recrear, una práctica que ayuda, qué duda cabe, a comprender mejor la razón de ser de actores políticos tan nefastos en la historia como el propio José María Aznar.

Nuestro presente, vamos, es un vivo retrato del miserabilismo reinante en España que, como escribiera el bueno de Vázquez Montalbán, sigue habitado de fantasmones. Propongo por ello al lector que acometa la lectura de la antología de artículos Cambiar la vida, cambiar la historia (editorial Atrapasueños, Sevilla, 2020) y la novela de Juan Carlos Rodríguez Centeno para recuperar el hilo rojo de la historia, las tramas del poder, la verdadera faz de personajes en contrapunto a la realidad moral del campesinado de Castilla como ya hiciera nuestro Zola particular en los Episodios Nacionales (hoy objeto de culto y conmemoración pero que normalmente ha sido poco o nada valorado, por no decir que, por el contrario, más bien olvidado en el baúl de los recuerdos).

En fin, si Aznar olvida en la entrevista su responsabilidad con la crisis de 2008 y en la historia de los crímenes de guerra en Irak, es hora de proponer un ejercicio memorialista, bien documentado. En ambos casos, les garantizo que van a pasar un buen rato riendo, pese al tema y crudeza de lo narrado.

El humor y manejo de la fina ironía del gran Vázquez Montalbán es conocido. Pero Rodríguez Centeno no se queda corto, como cuando uno de los personajes imagina un desfile de la victoria en Madrid con tropas customizadas modo LGTB o cuando Celia Gámez aparece en escena protagonizando un jocoso episodio.

El autor demuestra en estas y otras situaciones una gran capacidad, como Eduardo Mendoza, de jugar con las contradicciones de la vida, en medio de la tragedia, de descubrir la picardía, el chiste rápido, la espontánea carcajada del lector ante situaciones inverosímiles. Aprendizaje, suponemos, del cuchipandeo o de la técnica publicitaria del oxímoron. Y que da para disfrutar con situaciones hilarantes como la del tanquista italiano Giuseppe Patera, integrante del convoy nacional que se dirigía al frente de Madrid y termina –lean el episodio– proporcionando información al bando republicano por los retortijones que le obligaron a apearse en el camino para obrar.

Pero no les revelo más, solo les anticipo que el autor, como el gran Vázquez Montalbán, domina el arte de la chufla, del choteo, el chacotismo, la mofa y hasta el albur, recursos necesarios en nuestro tiempo cuando solo podemos asumir, con la ironía como mecanismo de resistencia, el arte de vivir, contra toda catástrofe, combatiendo a los macarras de la moral, pues, como ayer, lo narrado tiene continuidad hoy con los Espinosa de los Monteros, como antes Juan Samaranch o Fraga marcaron el camino de una farsa, mientras aún hoy el hospital de Granada sigue llevando el nombre de Ruiz de Alda, pese a la Ley de Memoria Histórica.

Estos y otros hechos novelados dan cuenta de la actualidad de esta novela, más aún si tomamos en cuenta diálogos como el de Benjumea y Juan March sobre las fundaciones y la producción ideológica de lo que Chomsky denomina la fabricación del consentimiento.

La conversación de Queipo y Sainz Rodríguez sobre lo que fue el camelo de la corona ilustra, en fin, cómo en la historia podemos leer nuestro presente y proyectarnos hacia el futuro trascendiendo personajes contemporáneos como Carlos Colón, Nico Salas o algunos aprendices de Giménez Caballero y Dinosio Ridruejo que pululan actualmente por nuestro entorno informativo sin razón ni decencia.

Así, hoy como ayer, el lumpen abunda como coro de fondo en la Falange Española del mismo modo que abunda hoy en Vox. Y siguen proliferando sujetos, como el personaje del capítulo XII, en el que la amiga de Pina López Gay, pasa de ser vanguardia de la Joven Guardia Roja a militar con puestos en la UCD, luego AP, y terminar como parlamentaria andaluza del PP en una prueba más de travestismo político. No digan que no da para reír.

Siempre nos quedará esta forma antagónica de autonomía: la estrategia del caracol, de la que Aznar no ha aprendido nada de nada a juzgar por la entrevista. Si algo queda claro en el programa de Évole es que nunca ha tenido sentido del humor. Y el rictus le puede, como es normal en personajes patizambos que acaban por hacer llorar a media humanidad, pero no consiguen comprender la alegría vital de la multitud porque nunca fueron, porque son del bando de la muerte. Nada en fin tan ridículo como el rigor fortis o mortis. Que la fuerza le acompañe, como a Cebrián y, antes, a Manuel Aznar.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

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