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José Antonio Hernández | El mapa cultural

Partiendo de la influencia decisiva que, según Max Weber, las diferentes culturas ejercen en nuestras maneras de comunicarnos los seres humanos, resulta una obviedad asumir que es indispensable tenerlas en cuenta para practicar el arte de la persuasión no solo en el mundo de las relaciones internacionales económicas, políticas, educativas y artísticas, sino también en las tareas laborales, sociales y, a veces, familiares, en esos contactos que establecemos en nuestros pueblos y ciudades.


Erin Meyer –reconocida especialista en relaciones internacionales– nos proporciona en el libro titulado El mapa cultural (Barcelona, Península) los principios, los criterios y las pautas que orientan las difíciles y fascinantes tareas de conocerlas y de aplicarlas como herramientas aliadas para lograr la eficacia comunicativa mediante la sintonía de intereses de interlocutores procedentes de orígenes culturales distantes, para dirigir grupos de trabajo y para establecer provechosas relaciones comerciales, laborales, científicas, técnicas e, incluso, culturales y humanas.

Sus detallados y agudos análisis prácticos nos demuestran la frecuencia con la que los líderes olvidan la importancia decisiva que posee el conocimiento de los dos factores fundamentales de la comunicación: el emisor y el receptor cuando, por ejemplo, poseen diversas formas de proyectar la imagen de autoridad.

Pone de relieve cómo no se suele advertir el valor determinante de las convenciones y de las convicciones culturales ni la influencia determinante de algunas barreras invisibles como los movimientos, las actitudes, los gestos corporales y los comportamientos de la vida ordinaria, una serie de diferencias cuyo desconocimiento suele hacer imposible el entendimiento.

Por mucho que nos esforcemos por explicar los contenidos de nuestros mensajes como, por ejemplo, los valores de un producto o de un proyecto, si no aplicamos las fórmulas adecuadas en las diferentes culturas, nos resultará imposible lograr la participación y atraer el respaldo de los interlocutores para hacer realidad nuestras propuestas.

Erin Meyer llega a la conclusión de que el directivo inteligente y global es el que ha aprendido a adaptarse a las diferentes situaciones modificando sus posturas y practicando, por ejemplo, la humildad, invirtiendo tiempo en escuchar y aplicando fórmulas para establecer relaciones cordiales.

En mi opinión, sus análisis detallados, sus explicaciones claras y sus conclusiones prácticas sobre la necesidad de adoptar determinadas actitudes para alcanzar el objetivo de lograr la persuasión efectiva constituye una fuente fecunda para orientar a los que necesitan ejercer un liderazgo en el ámbito intercultural.

Estoy convencido de que estas propuestas pueden ayudar para que se reduzcan esas distancias que, a veces, separan los proyectos y la consecución de las metas. Descifrar las diferencias culturales constituye, sin duda alguna, una condición imprescindible para trabajar eficazmente con clientes, con proveedores y con colegas de todo el mundo.

Estas son las razones que me mueven a valorar como oportunas y útiles las fórmulas prácticas y concretas que Erin Meyer propone para, por ejemplo, motivar a los empleados, complacer a los clientes, organizar teleconferencias en los actuales ámbitos internacionales y, por lo tanto, interculturales, que, como es sabido, está dividido y subdividido por densas barreras invisibles.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO