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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta Diario de una equilibrista [María Jesús Sánchez]. Mostrar todas las entradas
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sábado, 19 de noviembre de 2022

  • 19.11.22
He escogido al doctor Mario Alonso Puig como mi gurú particular. Y no lo hago bajo ningún sortilegio, sino desde el convencimiento de que el camino que él señala para serenar la mente es el correcto. Lo dice la ciencia y lo sabe aquella parte de mi cabeza que no se dedica a boicotearme.


Debo confesar primero que soy una adicta al estrés, al cortisol y a todas las hormonas que aquel produce. No ha sido fácil darme cuenta de ello. Corría y corría como aquellos pollos a los que mi abuelita les cortaba el pescuezo: sin ver nada.

Como ocurre con otras drogas, no eres consciente de cuándo empieza la adicción, el enganche, que cada vez pide más. No podría señalar una fecha, o quizá sí. Pero eso da igual. El tema es que se ha instalado un mantra en mi cabeza que me asfixia: "Hago, luego existo".

No hay lugar para el descanso y "no hacer nada" se presenta como una utopía imposible. Este "eterno-hacer" está lleno de listas interminables de tareas, de objetivos por conseguir. Y ninguno de ellos está dedicado al descanso de mi cuerpo.

Por eso, he empezado a meditar durante diez minutos al día. Y, créanme: es una tarea muy difícil para una mente inquieta. La teoría es fácil: llevar la atención a la respiración. Durante 21 días me he sentado a descansar en mi respiración y pocos días he logrado hacerlo.

La rapidez de mis pensamientos da vértigo. Uno te arrastra al otro y, de nuevo, tengo que sonreír y volver a mi respiración. La atención solo se educa con firmeza y benevolencia. Ella es como una niña de tres años que cambia como el viento.

Es maravilloso comprobar que no eres la única, que la mente inquieta es consustancial al ser humano. Al igual que el corazón no deja de latir, ella no para de pensar. La humanidad compartida ayuda muchísimo. Al fin de los 21 días he sido menos constante y es que la inercia de los últimos años es muy fuerte y se resiste al cambio.

Pero aquí sigo, volviendo a meditar, porque es maravilloso pararme y ser consciente de que no soy yo la que falla: son esos millones de pensamientos aprendidos los que me sabotean y no me dejan ver ese bonito bosque que es la vida. La vida de verdad, esa que tiene estaciones, sonidos, colores, olores y suavidad; esa que entra por los sentidos sin dejar de correr y te hace ver su magia. Y ahora, vuelvo a intentarlo.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 12 de noviembre de 2022

  • 12.11.22
Emerjo tras la resaca del vapuleo que mi mente ha provocado en mi cuerpo en estos últimos días. !Qué difícil aceptar que el enemigo está dentro de la cabeza y que trata de sabotearte cualquier momento dulce! Pero, como dice el doctor y divulgador científico Mario Alonso Puig, nuestra mente está enferma, no para de divagar, provocándonos sufrimiento.


Menos mal que este especialista nos da un antídoto: enfocar nuestra atención en el presente, en el ahora. Claro, que esto no se consigue por arte de magia: supone un esfuerzo, un trabajo diario, como cuando quieres ver músculos en tus brazos. Con ir al gimnasio un día al mes no sirve. "La loca de la casa", como la llamaba santa Teresa de Jesús, necesita adiestramiento con cariño, pero con firmeza. La teoría ya me la sé: ahora solo queda la práctica...

He descubierto que algo que te lleva al presente es hablar con los niños. En mi caso tengo a Alma y a sus amigos del cole para anclarme. Cuando cuidas a una niña de 3 años, todos tus sentidos tienen que estar pendientes de ella. Porque en su maravilloso mundo solo existe el juego y no hay ni rastro de peligro. Ver la vida a través de sus ojos es esclarecedor y nos ayuda a entender cómo somos antes de que nos socialicen y nos aborreguen.

Mi muñeca es superasertiva: si tiene hambre, te lo dice; si está cansada, te mira a la cara para decirte que lo está. Y, si se aburre o quiere hacer otra cosa, también te lo hace saber. Está en contacto con su pequeño cuerpecito siempre.

Cuando está cansada al final del día empieza a hacer tonterías o a portarse regular. Y es que está en esa fase, que tenemos todos, en la que no se aguante ni ella: solo quiere recibir la cena e irse a la camita. Cuando crecemos dejamos de escuchar a nuestro cuerpo: lo forzamos con estrés, llenando el día de miles de cosas, sin tiempo para respirar, quitándole horas al sueño para estar delante de la pantalla tonta, ya sea grande o pequeña.

Y mientras, nuestros músculos y su cansancio aguantan y van tirando cansados todo el día. Pero a Alma no le pasa: "Tita, yo estoy cansada y me quiero ir a casa". E, inmediatamente, abandonamos el parque. No se queda allí desoyendo sus necesidades vitales.

Una de sus amigas me dijo un día, de repente, mientras empujaba el columpio: "A mí me gusta el queso". No estábamos hablando de nada, ni de comida, solamente lo pensó y lo hizo saber a los demás. Ella disfruta comiendo queso. Acto seguido, corrigió a mi novio, que es madrileño.

Soltó otra frase espontáneamente: "Mi tío se llama Álvaro", a lo que él respondió "qué bien que tengas un tío que se llama Álvaro". Lo dijo con su acento castellano, por lo que ella respondió: "No, se llama 'Árvaro'". Y es que la niña es sevillana y se dio cuenta que él no dominaba el dialecto andaluz.

Alma ya me ha corregido a mí en tres ocasiones y me han hecho replantearme mi forma de hablar. La primera vez fue en el supermercado. Estábamos paseando por la zona de aseo, cogió un bote y me preguntaba que qué ponía en la etiqueta. Como aún no lee, me pregunta constantemente qué dicen esas letras escritas.

Le contesté que era un gel como el que ella tenía en casa para que la bañara mamá. "Y papá", me dijo mirándome a la cara. Y aquel mico de 3 años me hizo ver que por muy feminista que me crea, aún tengo ramalazos micromachistas en mi lenguaje. Y es que a ella la bañan tanto mamá como papá.

Las dos siguientes correcciones fueron porque volví a tropezar dos veces en la misma piedra ante su pregunta desde el autobús: "Tita, ¿eso qué es?". "Es un parque para niños". Y, de nuevo, me mira y puntualiza: "Y para niñas".

Ella no lo ha aprendido en ningún sitio: solo observa el mundo y ve que hay hombres y mujeres en armonía. Es como una esponjita que todo lo retiene y ahora está en ese momento que quiere conocer el porqué de todo y ahí está la tita tratando de darle respuestas lo mejor que sabe...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 2 de julio de 2022

  • 2.7.22
Apenas consigo subir a la superficie para captar algo de oxígeno que me mantenga viva y conectada a la realidad. Hace tiempo que vivo en un mundo oscuro: ya no soy solo una equilibrista, soy también una persona encerrada en pensamientos monstruosos que trata continuamente de escapar de ellos, pero a los que, al final, vuelve siempre como si tuviera una especie de síndrome de Estocolmo.


Y es que tengo muchos rituales mentales que me acompañan desde hace demasiado tiempo. Cuando derrapo, caigo en ellos y se convierten en mi única verdad. Se alimentan de mí: cuanto más los odio y quiero borrarlos, más fuertes se hacen; crecen con mi desgaste energético.

No quiero que estén ahí, los quiero fuera de mi cabeza, que los ha creado. Imposible. Trastorno obsesivo es el diagnóstico psicológico, pero no existe un paracetamol que los cure. Todo ello se agrava con mis hormonas, que andan medio locas con los 50: suben y bajan, dejando devastado mi cuerpo y mi ánimo.

Siempre doy consejos a los demás para que huyan del estrés continuo. Porque caer en la ansiedad es muy fácil. Sin embargo, la puerta de salida está oculta, no se sabe dónde. Una vez que has tenido una crisis de pánico, todo tu ser se pone alerta y el miedo es tu compañero. Porque no es que te hayas salido de la carretera de la vida, sino que te has chocado frontalmente con un muro a 1.000 kilómetros por hora en un coche que tú pilotabas. ¿Cuándo volverá la ceguera de creer que controlas y cuándo será el próximo golpe? ¿Será mortal?

El día a día se convierte en una ciénaga llena de alimañas. Pero la ciénaga no está bajo tus pies, sino que sale por el pelo de la cabeza y derrama su viscoso líquido por todo el cuerpo y por todos los colores, dejando todo en marrón negruzco.

Una vez que pasa el momento peor, que pasa la resaca del miedo, te preguntas cómo has podido caer ahí; cómo no vi que aquello no era real. Y no existe una respuesta para ello. El gran reto es aceptar ese mecanismo instalado en mi cerebro, no se sabe cómo, y convivir en simbiosis con él. Ya te iré contando.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 21 de mayo de 2022

  • 21.5.22
Aún no me creo que no volveré a ver su sonrisa de niña eterna de nuevo, que no la veré disfrutar del mar, que no me llamará cuando me ponga malita, que no volverá a quejarse de que el pelo no lo lleva perfectamente arreglado, que no volverán a brillar sus ojos ante un niño o un bebé.


Sus hijas han perdido a la madre que nunca quiso cortar el cordón umbilical y la familia se ha quedado sin ese pegamento humano que aglutina a todos y a cada uno de los miembros de la misma. Las vecinas ya no tendrán su visita, su compañía. La iglesia no contará con una persona buena, con conciencia social y creyente en un Dios bondadoso. Todos nos quedamos muy huérfanos. Para ella, todos éramos sus hijos, unos niños a los que cuidar.

Es increíble que un día estás luchando aquí y te diagnostican una enfermedad y tu fecha de caducidad se acorta a menos de un año sin que se pueda hacer nada porque no hay tratamiento. ¡Qué frágiles somos! Nos pasamos el día luchando contra nuestros pensamientos imaginarios y, un día, la realidad te golpea y te lleva al presente sin posibilidad de escape.

¿A quién recurriremos ahora para pedir consejo o para que nos comprenda? El único consuelo que nos queda es que ya está descansando de una enfermedad cruel, que estará en el cielo con su Dios y se habrá encontrado con sus padres y hermanos.

Y también nos queda aprender lo efímera que es la vida y que somos pompas de jabón que no se pueden permitir perder el tiempo pensando en tonterías o hipotéticos futuros; y que toca disfrutar el ahora, agarrarse a este momento con todas las fuerzas que podamos y tratar de querernos y cuidarnos un poco más.

Dejas tu luz, tu sonrisa, tu bondad, tu coquetería, tu amor desbordante y nos dejas miles de recuerdos que, en mi caso, comienzan cuando yo era niña y jugaba a ser tú, con tu nombre y tu juventud. Me pasaba el día mirando cómo te arreglabas para que tu novio te viera guapa.

¡Cómo me defendiste frente a esas estúpidas niñas que no me invitaron a su cumpleaños! Me has escuchado, has venido conmigo a comprar caprichos y siempre me has valorado. Menos mal que te lo dije muchas veces y ahora te lo digo de nuevo. Te quiero, tita.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 9 de abril de 2022

  • 9.4.22
¿Es tan importante tener razón? ¿Hay que tenerla en todas las circunstancias? ¿Debemos vivir furiosos siempre? Hay veces en que querer llevar la razón, aunque la tengas, puede provocar peleas que te hieran por dentro. Si es imposible ponerse de acuerdo, es el momento de utilizar la corteza frontal del cerebro y hacer un análisis rápido de dos columnas: en una ponemos lo que podemos conseguir si seguimos la discusión y en otra, lo que perdemos. Si hemos aprendido de la experiencia, sabemos que las pérdidas son mayores que las ganancias.


Para una persona normal, las peleas restan energía, alegría, ganas de vivir y tiempo. Además, muchas veces traen dolor propio y ajeno y rupturas no deseadas. ¿Tú quieres ser feliz o tener razón? Esa es la cuestión. Ir por ahí con el estandarte de la verdad absoluta provoca vacío existencial y mucha soledad.

Otra vez creo que tenemos que hablar más de lo que nos une. Si excavamos, la esencia es común. Veo la guerra en la tele como si fuera una película con efectos especiales, pero es real, demasiado real. Siglo XXI y seguimos como en la Edad Media: saqueos, violaciones, disparos por odio...

Dentro del ser humano, especialmente del hombre, hay un equilibrio muy fácil de romper en el que, por tener la razón, se cosifica a la persona y se cometen crímenes abominables. Dejemos ya de tener razón y de joderle la vida a los otros, por favor.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 2 de abril de 2022

  • 2.4.22
Desde pequeña me han hecho creer que los corsés hacen a la mujer sexy, que los vestidos largos te convierten en princesa de cuento que será feliz "por siempre jamás". Ha tenido que pasar mucho tiempo para darme cuenta de que los corsés han matado, han herido a muchas mujeres y han provocado numerosos abortos solo por competir en una estética en la que la cintura de una mujer era su valor.


Las mujeres orientales saben lo que supone que les vendaran los pies para que fueran pequeños, produciéndoles grandes dolores y limitaciones para caminar. Y muchas africanas aún sufren que les quiten su centro de placer en aras de ser mujeres sumisas que no conecten con su cuerpo y aguanten lo que la tradición quiera.

Todo han sido artilugios y prácticas para limitarnos, para que no escapáramos y diéramos hijos legítimos con el ADN del marido. ¡Qué maravilla los hombres que quieren a las mujeres libres! Esas que ríen, que salen con las amigas, que se visten como quieren, que estudian lo que les da la gana y que están con una pareja que suma y no resta.

Existen esos hombres y esos son los que nos han acompañado en la búsqueda de la igualdad; ellos son los hombres verdaderamente fuertes, que se quieren a sí mismos y quieren que su pareja los ame y no esté con ellos por necesidad. No sufren el maltrato de las mujeres machistas que los quieren hacer dependientes y controlarlos.

Dos libertades suman una libertad infinita. Nadie necesita a otra persona para vivir. La vida es más hermosa con el intercambio, con el acompañamiento, con un apoyo que haga que tu luz brille todo lo que pueda. "Para quererme a mí, la jaula abierta", canta Buika en una canción.

Y es que los pájaros deben volar y volver solo si ellos quieren. Por suerte, veo en las nuevas generaciones más apertura, menos encorsetamiento en unas tradiciones que no hacen feliz a nadie. Me viene a la memoria La edad de la inocencia, donde el protagonista elige a la chica buena para su familia y descarta a la mujer que le hace vibrar. Las ataduras mentales impiden vivir.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 26 de marzo de 2022

  • 26.3.22
No tengo hijos pero me comporto como una madre gallina con un montón de pollitos a los que proteger y cuidar. Mis amigos y la gente a la que quiero son mis pollitos: los llamo, trato de hacerles ver una realidad que, a lo mejor, es solo la mía. Doy instrucciones, consejos y quedo agotada tratando de controlar vidas que no son las mías.


"La manzana solo cae del árbol cuando está madura" y así pasa con nosotros. No se pueden forzar ni acelerar los cambios, todo tiene un proceso. Si hay una realidad universal es que todo nuestro mundo está continuamente cambiando, nada es igual que ayer, ni mañana será igual a hoy.

Sin embargo, necesitamos sensación de control. O al menos yo la necesito: creer que depende solo de nosotros nuestra existencia, nuestro día a día. Y mira que la realidad me contradice, pero hay pensamientos estúpidos agarrados en mi cabeza que lo único que consiguen es que mi cuerpo zozobre.

Una pandemia, un volcán, una guerra, una crisis económica provocada por la energía... Sin comerlo ni beberlo, un día escuchas las noticias y tu mundo se ha puesto patas arriba y ocurre lo que tu cerebro no se atrevía a pensar.

Pero en esta ecuación no hay una solo incógnita: hay miles. Y por eso es irresoluble. El tiempo, los otros, nuestro sistema endocrino... Todo nos afecta. Y la única verdad es que los claveles que compré ahora mismo aún siguen conservando su aroma.

Control sobre mi vida y sobre la vida de los demás para que vivamos una estabilidad inexistente. No estoy siendo fuerte según Darwin, no me estoy adaptando a los cambios. Vas a la universidad y encuentras un trabajo para toda la vida: falso. Encontrar el amor y ya todo es perfecto: falso.

Los axiomas ya no valen, el pasado regresa a los pueblos que no aprenden de la historia. Los humanos son humanos y, por tanto, imperfectos, llenos de ego y de prepotencia escondida que, un día, puede estallar sin apenas mecha. La testosterona no ayuda a la paz.

Y yo queriendo una vida plana, estable, sin sobresaltos. Y pidiendo proezas a mis amigos. No hay carros de los que tirar: somos personas frágiles a las que no se puede arrastrar, ni dar con un palo como si fueran bestias de campo. Necesitamos procesos y yo necesito dejar de decir "No lo entiendo".

¿Qué voy a entender si no sé ni de dónde venimos, ni a dónde vamos? Solo me queda este momento y dejarme acunar por las voces femeninas que cantan un jazz suave, que acompaña sin incordiar. Acompañar es, sin duda, la palabra mágica.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 5 de marzo de 2022

  • 5.3.22
Ya no existe la morena de la copla, la reina de las mujeres. Cada vez que voy a la peluquería, la veo repleta de adolescentes y jovencitas que quieren ser rubias o castañas con mechas rubias. Es raro ver a alguna con su pelo largo oscuro, lleno de rizos.


¿Ya no nos gusta quienes somos? Queremos ser nórdicas y utilizar frases en inglés y tampoco nos gustan los genes que nos han dejado nuestros padres. No me gustan mi mandíbula, mis ojos, mis pómulos, mis labios y he decidido ser una más y convertirme en una muñeca repollo. Eso es lo que puebla sus pequeños cerebros. Todas iguales: venga a mirarse en el espejo y hacer fotos para el Instagram. Si cierra esta red, ¿habrá suicidios? Algunas vidas perderán su sentido, si es que lo tuvieron...

Lo importante es el escaparate: lo demás, no importa. Nos hemos convertido todos en objetos, deseables o indeseables. Me gusta Julio Romero, me gusta el pelo negro azabache, me gustan los labios naturales, grandes o pequeños. Me gustan las narices imperfectas que se alejan del ideal griego, los dientes originales y no todos iguales... Me gusta la gente natural.

Es que soy de otra época, de los ochenta, con esas películas llenas de actores naturales. Nicolas Cage con su desigual dentadura en Hechizo de luna, que cautiva a Cher por su fuerza y pasión. Es verdad que las mujeres salían maquilladas recién levantadas, pero cada uno tenía una forma de cara distinta, unos pómulos diferentes, una boca original. Vamos, que cada uno era de su padre y de su madre. Pero ahora todos son hijos del bisturí...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 26 de febrero de 2022

  • 26.2.22
El orden es mi equilibrio y mi esclavitud. Me encanta ver mi casa y mi sitio de trabajo recogidos: me da paz y armonía. Es como si la energía fluyera, como si una luz suave iluminase todo, dando descanso a mi alma. El problema viene cuando mi mente se cortocircuita, cuando el estrés y el cortisol castigan mi cuerpo y no puedo parar.


Entonces me da por ordenar de una manera compulsiva, sin descanso, haciendo que mi malestar se incremente. Elaboro listas eternas que tengo que cumplir, corro de un lado a otro, tirando de una energía que ya no tengo.

Ante la impotencia de parar en seco, sigo con una actividad frenética mientras un ser en mi cabeza grita desde un tren que va a demasiada velocidad, ya que desde la ventana va viendo que el descarrilamiento va a ser inmediato. El porrazo es mayúsculo, dejándome temblando tirada en el suelo y sin saber cómo volver al andén del ahora y preguntándome si tiene sentido vivir así.

Hay noches en que vuelvo a ser una campana que sufre con el latido sordo de mi corazón. Me da miedo solo pensar en ese momento. ¿Esto es la vida? ¿Solo correr y cumplir listas? Quizá sea porque el medio siglo me acecha y la muerte está más cerca.

La existencia terrenal debe ser otra cosa. Al menos, debe haber existencia y no solo celeridad. Mi mente siempre crea tareas nuevas, todas materiales, sin eternidad. ¿Por qué no utilizo el orden para escribir ya ese libro para Alma? ¿Por qué en la lista no está escuchar música con los ojos cerrados o dormitar en la playa?

¿Cómo vaciar la mente de obligaciones vacuas? Ese es el sendero por el que comenzar mi encuentro con mi serenidad. Sigo utilizándote, diario mío, para "deshollinar", como dice Breuer en el interesante libro de Irvin D. Yalom titulado El día que Nietzsche lloró, una lectura obligatoria para aquellos que se buscan.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 19 de febrero de 2022

  • 19.2.22
"Con la vara que midas, serás medido". Eso dice el Evangelio de San Lucas, capítulo 6, versículos de 36 al 38, para disuadirnos de juzgar a los demás, ya que todos somos humanos, frágiles y falibles. Sin embargo, de mi época religiosa y de catequesis me quedó el rescoldo del juicio propio y ajeno.


Normal, los sacerdotes y las monjas estaban todo el día diciéndote lo que tenías que hacer, cómo tenías que ser... Tú no existes: solo existe un modelo fijo en el que tienes que entrar como puedas: modosita, virgen, humilde... Da igual que Dios nos hiciera a su imagen y semejanza: lo importante es ser esa mujer formalita, inventada por los curas.

Cuando te crían con criterios maniqueístas de "bueno y malo", te pasas la vida vigilándote, no fluyendo, sino solo analizando si lo que haces está bien o mal y vas por ahí como un pollo sin cabeza, sin conocerte, ni saber qué es lo que te hace feliz o lo que necesitas como ser humano individual, con una información genética única e irrepetible.

Y, claro, si tú no te aceptas, ¿cómo vas a aceptar a los demás? Ellos también tienen que seguir un patrón para que los consideres "normales". Así que estoy cansada de juzgarme y de juzgar a los demás. Cuando te educan en el catolicismo español te hacen creer que tus ideas, esas ideas que te han dado grabado a fuego, son las perfectas y las únicas, el único filtro que sirve para darle valor a una persona.

Durante un tiempo me he sentido como un Dios infalible que todo lo sabe y creyendo que mi juicio era la única verdad y que yo, desde fuera, podía saber lo que habita en el corazón de los demás, y envidiando a aquellos que se acercaban al ideal de la perfección impuesta.

¿Qué sé yo o qué sabe nadie de lo que otro ser humano siente o necesita? Las apariencias engañan: una sonrisa no siempre demuestra alegría, ni un estatus económico garantiza amor, ni la belleza es la puerta a la felicidad. Hemos de volver al templo de Apolo de Delfos y hacer nuestra la frase "gnóthi seautón" ("conócete a ti mismo") y profundizar dentro de nuestro ser para ver quiénes somos y cuál es el sentido de nuestra vida o, al menos, lo que necesitamos para vivirla.

Aceptarnos y querernos tal y como somos es el gran reto. Cuando uno acepta todo el caleidoscopio del que está hecho, es más comprensivo con los demás, ya no siente la necesidad de juzgar, ya que solo se centra en su camino y respeta el ajeno, sin situarse por encima, ni por debajo de nadie. Y ahora que ya he transitado por la mitad de mi vida, mi gran anhelo es respetarme y respetar a los demás, sean como sean.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 12 de febrero de 2022

  • 12.2.22
Cuesta creer que haya gente mala, pero la hay. Hay seres inhumanos que, por poder o por dinero, son capaces de pisarle el cráneo a su madre. ¿Se cree esta gente tóxica que van a vivir siempre? Un día llega la muerte y nadie lo siente o, incluso, algunos festejan que hayan desaparecido.


¿Qué nos vamos a llevar de este mundo? ¿Riquezas? ¿Casas? ¿Cuentas bancarias? ¿Bolsos de lujo? Son unos desgraciados que van hiriendo a la gente a su paso. La gente feliz no jode a nadie. Dejan víctimas y cadáveres, infligen sufrimiento a personas buenas que creen las mentiras que escupen de sus bocas.

Cuanto más débil sienten a su víctima, más se ensañan con ella, más energía le chupan. Necesitan la energía ajena porque ellos no tienen nada que dar o aportar. El dinero o el poder es su único dios. Y para machacar utilizan frases denigrantes, hirientes, para que el que está bajo su pie pierda la confianza en él y crea que es una mierda y que tiene que estar continuamente demostrando algo.

Entonces empieza a sentirse vigilado y, lo peor, deja de creer en sí mismo y nunca llega a una meta ficticia que cambia cada día. Sin darse cuenta, la voz del acosador se instala en su cabeza y llega un momento en el que no escucha nada más.

La angustia se apodera de su vida y, de repente, está en un sótano oscuro, aislado del mundo. Ya no ve su vida, ni su familia, ni nada: solo oye órdenes. Hay que estar alerta porque estos psicópatas están por todos lados y donde menos te lo esperas.

Son malos bichos que, en el fondo, saben que no valen nada, que son unos mediocres y que no son nadie sin personas a las que pisotear. Hay que huir de ellos pero, sobre todo, lo que hay que hacer es enseñarles los dientes porque no son más que sacos de mierda miedosos.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 22 de enero de 2022

  • 22.1.22
Hay que relacionarse más con los niños para ver de dónde venimos. Hablamos de "niños" como si fueran algo ajeno a nosotros, como si nunca hubiéramos sido unos pequeños saltarines llenos de fuerza e ilusiones, con unos ojos que se agrandan con cada cosa nueva que descubren del mundo.


Yo tengo la suerte de tener a Alma: "Mira, tita: mira, tita...". Así se pasa el día. Pueden ser unos patitos en el agua, o un árbol de Navidad gigante repleto de luces. Ya mantenernos conversaciones y, como cualquier familiar de un peque, alucino con sus frases largas y con sus preguntas.

Me gusta enseñarle cosas, potenciar su imaginación con juegos y también mostrarle las bondades del orden. Es divertido cantar mil veces en el coche Era Rodolfo un reno. Me enamora su cara de sorpresa y de alegría cuando vamos en autobús, como si de una alfombra mágica se tratase.

La colmo de besos y de abrazos pero no la sobreprotejo: quiero que tenga seguridad en sí misma y aprenda que ella tiene recursos suficientes, que no es necesario llorar todo el tiempo. Si me pongo triste, la miro y pienso que yo también fui así, que era traviesa y con muchas ganas de vivir. Y conecto con la niña que vive dentro de mí.

¡Qué maravilla ver a través de sus ojos! Nada es aburrido o rutinario. Coger hojas secas en el parque; esconderse detrás de un seto mientras uno cuenta hasta tres; mirar los coches y descubrir que hay pocos de colores fuertes... Esperar hasta que el semáforo se ponga en verde Betis para poder cruzar; saludar a los amigos que ves todos los días y comer pequeños arbolitos que se llaman brócoli.

El joyero de la abuela es un cofre del tesoro aunque las pulseras sean de madera. También me ayuda a entender esos momentos en los que no me aguanto ni yo, porque a ella también le pasa cuando está cansada o tiene sueño. Qué importante es reconocer nuestras emociones, aceptarlas y quererlas. Esa es la asignatura pendiente de los humanos.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

sábado, 8 de enero de 2022

  • 8.1.22
No sé si me da más pena o más miedo lo que está pasando en España. Hay un montón de gente fascista que justifica la dictadura. Y están por todos lados. Pobre democracia, se está destruyendo desde dentro. No hemos aprendido que no se le puede dar voz a los que no creen en ella, sean del lado que sean: ni dictadura militar, ni del proletariado.


A mí no me gustan los que gobiernan en mi región, pero no por ello voy a incitar a que les peguen o los maten porque no me parezca bien su gestión. El pueblo es soberano y habla en las urnas. Pero ser totalitario es otra cosa.

Es verdad que la política, hoy en día, está mancillada y no mira por la gente. Y esta realidad es utilizada por algunos para justificar dictaduras. Aunque no creo que todos los políticos sean semejantes: hay gente que está ahí verdaderamente para ayudar.

Hoy he alucinado con una señora que defendía a Franco cuando, en la dictadura, las mujeres no tenían derechos: eran siempre incapaces. Y no lo digo yo, lo dice el Código Civil de la época, que no cambió hasta los ochenta. Esta vecina tampoco sabía los derechos que sí teníamos las mujeres en la República. Una pena.

No se contrasta nada, no se investiga. Con decir que "ese es un mamarracho", ya vale, sin conocer su formación o lo que aporta a la sociedad. La gente no ve los debates del Congreso, ni conoce las leyes que les afectan, ni cómo vota cada partido. "Mamarracho" y ya está.

Algunos creen que "republicano" es igual a "comunista". No han leído la historia. En la República había gente de derechas y de izquierdas, pero tenían claro que no querían un rey, sino que los ciudadanos votaran al jefe del Estado, como ocurre en otros países como Francia o Estados Unidos.

Que todos los militares son o eran golpistas también es falso. Hubo hombres de las Fuerzas Armadas que juraron fidelidad a la República y lo cumplieron con su sangre o con su dolor. El padre de María era guardia de asalto durante el mandato de Azaña, defendió al Gobierno elegido en las urnas hasta el final, como el general Miaja, sin importar el color del que fuera y daba igual qué ideas tuvieran.

Cuando los golpistas entraron en Madrid detuvieron al padre y, como no aceptó la dictadura militar, lo mandaron a un campo de concentración en el norte, sin ropa y sin darle comida. Para que se muriera. También fallecieron y sufrieron militares republicanos.

Creo en la democracia, en que el pueblo elija y se respete lo que diga. Ni fascismo, ni comunismo, como el de la URSS. En ambos sistemas se persigue y se mata al diferente. Y el poder, siempre, se concentra en unos pocos. No respeto al que no cree en la democracia y no quiero tener amigos así. En el fondo, me da pena porque, en la mayoría de los casos, se trata de gente insatisfecha con su vida y el odio les aporta algo de emoción.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 1 de enero de 2022

  • 1.1.22
Como soy una charlatana, como decía mi abuela, me gusta hablar con la gente en el autobús y siempre entablo conversaciones con los taxistas. Aún recuerdo la frase de uno: "Yo quiero que me quieran, no que me necesiten". Estábamos hablando de las parejas y del maltrato. Y él tenía una buena autoestima: no buscaba una mujer interesada en que la inviten todo el tiempo o en que le resuelvan la vida, ni tampoco entendía querer mantener a su lado a alguien que no fuera feliz con él.


Amor y posesión son conceptos antagónicos: nadie puede poseer a una persona. Lo ideal es sentir que quien está a tu lado te quiere y te cuida, te hace crecer y aumenta tu capacidad de amar. Es normal tener miedo a que ese sentimiento o esa situación desaparezcan, pero no lo es tener miedo a que te deje o se vaya.

Libremente nos elegimos y, si ya no somos felices juntos, pues habrá que decir adiós con respeto y, sobre todo, protegiendo el recuerdo de esos años en los que la felicidad estuvo bien presente. De compañeros a enemigos, es una pena que se hagan así las cosas.

A este nuevo año que acaba de comenzar le pido paz mental, seguir conociéndome y aceptándome y que los miedos se vayan a pastar a otro sitio. Dentro de mí está la calma, aunque ahora no sea capaz de hallarla. Sé que está, la siento.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 25 de diciembre de 2021

  • 25.12.21
Las calles están vacías de gente y llenas de agua por las aceras. Por fin ha llegado la lluvia, limpiando el ambiente y dando de comer a la tierra para que esta nos alimente. Es bonito no ver el sol unos días y sentir como todo se para y se limpia.


Pena que no arrastre el odio que algunos siembran en corazones desesperados y en las mentes frágiles. Unas Navidades en hermandad sería bonito en un país que se dice cristiano. Seamos todos prójimos a los que cuidar y amar.

Todo ha cambiado y han sido tan veloces las transformaciones que no nos ha dado tiempo a digerir el nuevo escenario. Todo online, miedo a la enfermedad, inestabilidad económica. El mundo que conocíamos ya no existe, es otro. A los que tenemos una edad nos cuesta adaptarnos a la incertidumbre perpetua. Creímos que con la democracia ya estaba todo ganado y el miedo se había ido.

Ante este panorama solo nos queda vivir el presente, el hoy, que es lo único que siempre hemos tenido. Lo del futuro fijo era solo un espejismo. Refugiarnos en las sonrisas y en los abrazos de la gente que nos quiere. Llenar de risas los encuentros y dar gracias por lo que tenemos. Anclarnos al hoy y disfrutar de los pequeños regalos.

Paz para la gente de buena voluntad. Eso es lo que yo deseo.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 11 de diciembre de 2021

  • 11.12.21
No me lo podía creer cuando dieron la noticia: "Ha muerto Almudena Grandes". No sabía ni que estaba enferma. Ando tan desconectada de las noticias y de las redes...Y se me quedó el corazón helado, como el título de mi libro favorito. Un libro que es una gran telaraña perfectamente entretejida, en el que no queda ningún cabo suelto; en el que todas las piezas encajan con una redacción que te atrapa y no te suelta. Y con el que aprendí más de la guerra fratricida española y descubrí que la izquierda pierde porque se divide y se enfrenta entre ella.


Ha muerto una mujer inteligente y con conciencia social, que ha dejado huérfanos, por segunda vez, a los que perdieron la guerra, a los que esperan en sus tumbas a sus seres queridos para que los lleven a casa de nuevo. Aquellos que cometieron el pecado de pensar diferente y creyeron en una sociedad más justa, o que ni creyeron nada, pero que los mataron únicamente por ser familiares de un republicano, como la abuela de mi amiga Maribel. "Dime dónde está tu hijo o te mato". Y la mataron. Y, desde entonces, anda en una cuneta perdida.

Digo que se quedan huérfanos por segunda vez porque también se fue Dulce Chacón, que tuvo la valentía de despertar la voz dormida de aquellos que callaron por miedo, aun siendo ella una hija del régimen golpista.

¿Por qué muere la gente buena que quiere ayudar y consolar? ¿Por qué hay tantas malas personas que permanecen entre nosotros haciendo el mal? Es el misterio que no logro comprender desde niña. Una sociedad que no conoce su historia, está condenada a repetirla. Los españoles nos matamos entre nosotros, no necesitamos enemigos externos: con la envidia nos basta.

Un amigo austriaco me contó cómo con 12 años lo llevaron a un campo de concentración nazi para que supiera lo que pasó, para que no se repitiera la barbarie. Y aquí, en España, todo lo quieren ocultar tras velos de mentiras. La gente joven tiene derecho a saber cómo fue la dictadura, cómo se sacaba a la gente de noche de sus casas y se las mataba sin juicio ninguno.

Las mujeres jóvenes tienen que saber que, por el simple hecho de nacer mujer, no teníamos derechos ningunos: pasabas de estar a las órdenes de tu padre, a las de tu marido. No podías tener una cuenta en el banco, ni trabajar, ni salir sola. Eras una sierva del hombre y las leyes están ahí para quien las quiera ver. No es una mentira: era una dura realidad. Lean el Código Civil de la época, el mismo que el de los romanos dos mil años antes.

Almudena y Dulce nos hacen mucha falta. Muchísima. ¿Quién contará ahora la historia negra reciente de este país, con hechos y datos? ¿Quiénes darán voz a los que sufren y quieren acallar? ¿Quién usará una bella narrativa para contarnos un cuento horrible que fue verdad?

Huérfanos nos quedamos todos aquellos que somos demócratas, da igual el color. Porque aquellos que defienden el odio y el terror y manipulan a la pobre gente para conseguir poder y dinero no creen en la Democracia y en el respeto que conlleva. De hecho, son seres malos que algún día tendrán que rendir cuentas ante su Dios.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO

sábado, 13 de noviembre de 2021

  • 13.11.21
Me gustan los abrazos de verdad, esos en los que te dejas caer. Me gustan las sonrisas cómplices de amor entregado; las flores moradas cuya presencia me hipnotiza. Me gustan los encuentros inesperados que te hablan de cambios. Me gusta pasear por los colores de los puestos de la plaza de abastos; me gusta mirar al cielo y ser capaz de verlo. Hoy me gusta vivir. De esto hace siete años...


Me he levantado con rigideces. Mi cuerpo pedía reposo, pero la luz de sol se coló en mi cerebro y tiró de mí como tira de los girasoles en verano. Sin darme cuenta, estaba montada en el bus camino del monasterio de La Cartuja. Llegué y encontré mi sitio debajo de un árbol. Las voces de mi cabeza seguían inquietas y entonces empezó la jazz session... Tres notas y se encendió la calma: la reconocí. El saxofonista tocaba In a sentimal mood, de John Coltrane. Saqué mi libro y me dejé mecer por las olas que Virginia Woolf creaba con frases cortas y eternas, y tuve que dar las gracias a la madre creadora por este momento de paz y felicidad. Cinco años hace que lo escribí.

Cristales sucios, casas que corren, pinos al borde de la vía, oscuridad dentro de la montaña, Camino del Rey, presa con agua, gente que habla, una chica que observa... yo. Movimiento que acuna, vías anchas y antiguas, tiempo que corre, el mar que se acerca, nubes que esconden, sol que espera, alma que se expande, cuerpo que busca, calma que se encuentra. Viaje en tren. Cuatro años.

Recién duchada, oliendo a serenidad, con la niña que fui en brazos, prometiéndole cuidarla cada día. Diluida en mi sofá descubriendo que la vida tiene que ser otra cosa, vislumbrando un camino de paz y dejando en una piedra el latido sordo que me vuelve campana. Hoy la noche me susurra que el cambio es posible... Hace tres años.

Me gusta leer mis viejos escritos: me llevan a momentos felices y a otros de desasosiego. Todos reflejan mis pasos en la cuerda de la vida, por algo soy equilibrista y tú, mi diario.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 30 de octubre de 2021

  • 30.10.21
Corre, corre, que te pillan. No es suficiente: nunca vas a llegar a lo máximo. Tropezones, carreras como pollo sin cabeza, sin rumbo. No hay destino y, otra vez, voy a mil por hora. ¿Esta vida solo es correr? Miedos, amenazas veladas –o no tan veladas–, desierto sin osasis. No se puede beber, no se puede descansar, solo sol cegador.


Otra vez he vuelto a salirme de mí, a meterme en un agujero negro de mi mente. "Tengo que hacer"; "tengo que conseguir"... Plazos y más plazos. Cuidar de los demás y muy poco de mí. Días llenos de cuadros que rellenar. Descansar, nunca, es una pérdida de tiempo. Pero si duermo, me siento culpable porque debería estar haciendo otra cosa.

Luchas internas por llegar a una perfección impuesta por la dictadura de mi cerebro. Ahogo, pérdida de conciencia... Corre, corre, corre... ¡Huye! Pero, ¿a dónde voy si el del látigo me persigue, si no me deja ni de día ni de noche? Descarrile total.

Me he estrellado y aún no lo sé. Conseguir, conseguir... Hacer, hacer... Correr, correr.... ¿Qué debería estar haciendo yo en este momento? ¿Qué debería estar sintiendo? ¿Tendría que estar en otro lugar? ¿Dónde? Quiero que mi mente pare; quiero dormir sin apretar los dientes. Quiero no saber qué hora es. Quiero que el nudo del pecho se desate y se eche a volar.

El agujero negro me absorbe. La perfección me deja desvalida. Soy una zombi que camina en espiral. Sé que tengo que salir de aquí; sé que no quiero estar aquí; sé que esto no es bueno para mí pero, cada vez, tengo menos fuerzas y, tras cada caída, el suelo se me antoja mi sitio. ¿Levantarse para qué? ¿Para caer otra vez?

Hoy no me hallo. No sé qué es hoy. Pediré al universo un poco de energía para volver al camino de la vida. Porque esto no es vivir.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 9 de octubre de 2021

  • 9.10.21
¿Te imaginas que nos educaran para ver siempre lo más bonito de las personas? Para que valorásemos al otro; para que no lo veamos como un competidor sino como un compañero, como un ser humano que puede aportar su mejor parte al mundo.


Estoy harta de mediocridad, de gente que escala sobre los lomos de sus congéneres, a base de movimientos maquiavélicos y no por valía o esfuerzo. Personas brillantes que no encuentran trabajo porque el posible jefe las ve como rivales en la entrevista y no como capital humano que puede no solo sumar sino multiplicar en la empresa.

¿Y esta moda de meter a los niños pijos en universidades que regalan títulos porque en las públicas no habrían entrado ni en sueños? ¿Esa es la élite que queremos tener? ¿Estos serán los futuros dirigentes de empresas y de nuestro país?

España se tiene que plantear qué quiere ser: si el asilo de Europa o apostar por el trabajo, el esfuerzo y la preparación para que los mejores lleguen arriba. Alemania lleva años haciéndolo y ahí está, liderando Europa, siendo un motor económico imparable.

Necesitamos apostar por los soñadores, por los que quieren hacer grandes cosas y trabajan para lograrlo. Se me parte el alma cuando una niña que se ha esforzado durante todo su Bachillerato y tiene buenas notas ve alejarse su sueño de ir a la universidad porque el paro ha hecho presencia en su casa. Y eso ocurre: no es una película.

Hemos llegado hasta aquí habiendo dejando en el camino a la mitad de la humanidad. Millones de inteligencias femeninas se marchitaron detrás de los barrotes de las casas; las perdimos solo por ser hembras y no machos. Y hoy en día se siguen malgastando mentes en países pobres y también en el nuestro.

¿Por qué no formamos a esos niños que emigran? ¿Por qué además de verlos como personas no los vemos como capital humano que aportará su parte para que este país no se hunda en manos de niñatos a los que le han dado todo y no conocen el esfuerzo? Pero se me olvidaba otra vez nuestro gran pecado: la envidia.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

sábado, 18 de septiembre de 2021

  • 18.9.21
Ya compramos todo por Internet. Todo se hace a escala industrial, en países lejanos, en serie y sin alma. ¡Qué pena que se estén perdiendo los oficios artesanales! Porque a mí me gustan mucho los cuencos hechos a mano, cada uno distinto, paridos todos ellos a distintas horas. No hay dos iguales ni en forma, color o textura. Todo depende de la inspiración del momento. Se ve la mano humana, su falibilidad, la belleza de la imperfección y el mimo puesto en cada pieza.


Igual pasa con la costura. Esos maravillosos trajes de sastre hechos para ti y nadie más, como si se ajustaran a la singularidad exclusiva de tu ADN. A mí, en especial, me encanta el crochet o ganchillo. No practicarlo, porque para mí sería una obligación en vez de una manera de disfrutar, y para eso ya tengo las obligaciones que me ayudan a ganarme el pan sin gluten... El placer me lo proporciona su belleza: esas colchas hechas a mano durante eternas horas, con flores dibujadas por el hilo y las cavidades que quedan entre punto y punto.

Soy romántica. Lo soy desde la más tierna infancia, si es que fue tierna... Camisones bordados, sábanas de algodón con embozos llenos de dibujos garabateados con aguja y paciencia, vainicas primorosas en mantelerías de días de fiesta con sus inseparables seis servilletas... Mil tesoros que custodiaba mi abuela en su arcón. Algunos de esos me acompañan todavía en mi casa y los miro y remiro con la adoración que sentía y siento por su creadora, aunque ya no pueda abrazarla, pero sí sentirla.

Me he hecho un gran regalo: una colcha patchwork que llevo años buscando. Quería una hecha a mano, con sus trozos de telas de colores haciendo un todo, un preciosísimo mosaico donde no faltan las flores, la tira bordada y los lazos. Sensibilidad en vena, mujeres que diseñaron cada cuadro o triángulo y decidieron cómo sería el cuadro final, como en la película Donde reside el amor. Aún no la he estrenado. Espero los días fríos con alegría para poder cobijarme debajo de su belleza.

Una ensaladera comprada en un mercadillo de Portugal de corazones asimétricos, esta maravillosa colcha encontrada en Vielha, un cubrepán bordado que me regaló una buena monja (¿qué habría sido de ella?), el mantel de mi abuela, la colcha de ganchillo de mi bisabuela... Benditas manos. Que no se pierda nunca la artesanía, que los artesanos puedan seguir viviendo de su trabajo y que estos saberes milenarios no se pierdan. Se lo debemos a los que nos precedieron.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

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