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Antonio López Hidalgo | Hombre de ninguna parte

El tiempo, siempre tan fugaz, como un relámpago que nace y muere en el horizonte sin apenas percibirlo, muestra, con los años, recuerdos vividos del revés, deletreados con un ánimo que no fue el que nos acompañaba cuando sucedieron los hechos. Paul McCartney, por ejemplo, considerándolo ahora, cree que canciones como I'm a Loser y Nowhere Man eran pedidos de ayuda, gritos de socorro de John Lennon.


Cualquiera escribe versos para una canción y, después, cuando los años han cambiado de piel el mundo y el amigo de tantos éxitos compartidos no está, entiende por qué algunas letras eran un clamor desesperado: “Soy un perdedor, soy un perdedor,/ Y yo no soy lo que parece ser”. Claro. Casi nadie aparenta lo que en verdad es y nadie logra esconder el fracaso en unos bolsillos deshechos por el uso.

Paul recuerda aquellos días: “Solíamos escuchar muchas canciones country and western y todas hablan de tristeza y de ‘perdí mi camión’, así que era aceptable cantar ‘soy un perdedor’. En realidad, no lo pensabas en su momento; sólo más tarde piensas: ‘¡Por Dios!’. Creo que fue muy valiente por parte de John”. Sí, John escribía, pero en realidad andaba descifrando la soledad en sus vísceras, el mundo con el que naces y mueres a la par sin que nadie pueda arañar apenas unas escamas de ese dolor. John decía en aquella canción: “Aunque yo me río y me comporto como un payaso,/ Debajo de esta máscara llevo el ceño fruncido, Mis lágrimas caen como lluvia desde el cielo,/ ¿Es por ella o por mí que lloro”.

Hay un destino encriptado en las palabras que escribimos, un mensaje sin dueño que eclipsa cualquier posibilidad de entender la vida tal como es. Hay la letra de una canción que es un poco de todos y que, ahora, vista de frente, sin otras coyunturas que muerden el éxito a cada instante, nos muestran a un hombre que se pregunta qué ha hecho él para merecer ese destino. Esa es la pregunta de aquella canción que ahora su amigo Paul ha entendido de veras, hilvanando aquellos días de vino y rosas. Nadie sabe cuándo ocurrirá, pero siempre acaece ese final como un precipicio que no estaba en ninguna parte y ahora se pone frente a ellos dos, frente a nosotros, para deletrearnos la canción.

Nowhere Man, según Paul, responde a esa misma sensación de quien pide socorro sin saberlo, se ve escuchando canciones que hablaban de tristeza, todas hablaban de tristeza y, al fondo, apenas perceptible, como un fantasma que toma para él solo la carretera, ve venir un camión, ese camión que todos perdimos alguna vez o para siempre. Esta segunda canción también habla de ese destino extraviado: “Es un verdadero hombre de ninguna parte,/ Sentado en su tierra de ninguna parte, Haciendo todos sus planes de nada/ Para nadie”.

Ese hombre de la canción que no sabe a dónde ir es un poco “como tú y yo”. Sí, en realidad, es cada uno de nosotros, a solas con una tristeza que traemos en la sangre y que se desborda en muchas canciones propias o ajenas. John estaba hablando del sino inevitable que te lleva a donde el camión ya se fue mucho antes de que nosotros percibiéramos su fuga. Y nos quedamos sentados, con la guitarra entre las manos, esperando a nadie que nunca vendrá.

Llevamos adentro la sangre del perdedor, sin saber que es nuestra, la sangre que se invisibiliza cuando el éxito se nos pone al lado en las ceremonias inevitables y grandilocuentes. Después, como le pasaba a John, cuando sales a la calle, te hueles la herida que nadie ve. Solo muchos años después, aquel compañero con quien escribiste tantas canciones de la nostalgia te recuerda como un hombre que estaba aquí al lado pero que en realidad no estaba en ninguna parte, ese hombre que no sabía a dónde ir, que siempre buscaba el mismo camión para subirse en busca de un destino impredecible.

Hay en estas dos canciones del desasosiego que compuso John Lennon algo que nos pertenece, motas de polvo imperceptibles a la vista, pero que cuando escuchamos su melodía se nos viene encima el tráfico denso de la vida, esa sucesión de camiones que cruzan la autovía y que nosotros vemos desde lejos, como si no tuviesen que ver nada con nosotros y que dejan a su paso un viento desordenado que mueve la arena fina del asfalto y enturbia el aire. Sentado, un hombre observa la misma imagen y comienza a escribir la letra de una canción. Ya sabe cuál será el título: Hombre de ninguna parte.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: JES JIMÉNEZ