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Moi Palmero | El motín de Ayuso

Dos hundimientos han coincidido en nuestras vidas en los últimos días. El primero, una gran tragedia en las costas de Terranova, donde el Villa de Pitanxo se enfrentó a un temporal con el motor estropeado, por lo que el barco no pudo encarar las olas de proa y quedó a su merced.


Sus tripulantes se repartieron en cuatro botes salvavidas, pero la fortuna fue esquiva con la mayoría y solo tres sobrevivieron. A los demás, nueve fallecidos y doce desaparecidos, solo nos queda llorarles e intentar traerlos de vuelta a casa, pero no será fácil. Descansen en paz.

El segundo hundimiento, lejos de ser un accidente, es una negligencia de su capitán –o, mejor dicho, de su segundo de a bordo– que, queriendo amedrentar a su mejor –pero rebelde– oficial de cubierta, la ha empujado a un motín de consecuencias impredecibles.

Opinar sobre un barco que el mar está zarandeando es un poco atrevido, porque cualquier ola, por pequeña que sea, o cualquier decisión de la tripulación, lo pueden hacer volcar o estabilizar. Sería más fácil opinar a toro pasado, pero no hay que ser muy avispado para adelantar que se masca la tragedia y que, cuando vuelva la calma tras la tempestad, habrá un crespón sobre la bandera del patriótico charrán.

Días después de iniciado el temporal, Casado se la tuvo que envainar. Pensaba en la espada –siguiendo la metáfora–, pero si le preguntamos a Esperanza Aguirre, a Cayetana Álvarez de Toledo o a la propia Ayuso, a lo mejor opinan que esto no es cuestión de espadas, sino de otros atributos de los que los hombres han presumido a lo largo de la historia y que ya va siendo hora de desterrar de nuestra sociedad.

De cómo terminará esta “rebelión a bordo” todos lo tenemos claro. Habrá nueva capitana, porque Casado lleva dando tumbos desde que llegó, sin saber en quién puede confiar, dentro y fuera de su partido, para llegar a buen puerto.

Y da igual si Ayuso ha aprovechado su posición para beneficiar a su familia. En este país hemos perdonado a otros picaros y ladronzuelos porque nos caen graciosos, son contestatarios y, sobre todo, es lo más importante, pueden conseguir más votos que los demás.

Entre las amotinadas, para apaciguar el malentendido, quieren la cabeza de Teodoro García-Egea, al que señalan como responsable de todos los conflictos internos con el único objetivo de salvaguardar a su jefe. Y yo estoy de acuerdo con ellas.

En mi opinión, son este tipo de personajes los que hay que desterrar de la política porque, bajo sus cargos de asesores, de estadistas, de consultores, o como quieran llamarlos en cada partido, enmarañan la política jugando a intentar ser más listos que los demás y maquinando estrategias, trampas, zancadillas a sus rivales con los que poder chantajearlos, amedrentarlos, eliminarlos o contenerlos.

Políticos que actúan en la sombra, que susurran a sus señores, que desaparecen entre bambalinas, herederos de los pensamientos de Maquiavelo, Richelieu o Napoleón para los que el fin siempre justificaba los medios. Si hay que espiar, se espía; si hay que señalar de corrupción a tu propia compañera, se señala; si hay que mentir a los votantes, se miente; si hay que sacrificar a quien manejó las cajas B, se sacrifica; si hay que pactar con la ultraderecha, se hace; si hay que poner en marcha la maquinaria de las cloacas del Estado, se pone. Pero lo importante es mantenerse en el poder, sobrevivir a las tormentas, estar posicionados para cuando llegue la oportunidad.

Políticos valorados en los partidos porque, entre la confusión, entre las muchas opciones para actuar, siempre ofrecen un camino, una idea, una solución que los demás no encuentran, porque son capaces de olvidarse de las leyes, de la ética, de la decencia, del juego limpio. Políticos aplaudidos mientras aciertan y las cosas van bien, pero que son los primeros en caer cuando las cosas se tuercen, como le pasó a Iván Redondo en el PSOE o como le va a pasar a Teodoro García-Egea.

Esta vez, su error –como siempre suele pasar– ha sido el de infravalorar a su adversario, el de pensar que Ayuso agacharía la cabeza, que daría un paso hacia un lado, avergonzada por el fraudulento contrato. Lo que no esperaba es que la presidenta de Madrid hiciese como Bárbara Rey en su momento, cuando reconoció haber grabado al Rey para chantajearlo antes de anunciar que la querían matar.

El resultado es el mismo: los poderosos deciden cuidar a las que iban a ser sus víctimas, porque si les pasase algo, todos le señalarían. Pero Casado no es el Rey y su cabeza está a punto de rodar, aunque primero sacrificará a su amigo Teodoro, a ver si consigue salvar la nave y mantenerse en la poltrona.

MOI PALMERO
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