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Pepe Cantillo | Reflexiones de un cuidador

Arranco estas líneas con los comentarios de Federico, un amigo que está viviendo su amor con Marisol “con la esperanza en el mañana y alimentada desde cada momento presente”. ¿Qué quiere decir con este acertijo? A lo largo de unas horas de tertulia fue desgranando parte de esa “esperanza para mañana”. Federico comparte su vida con la malograda supervivencia y el aguante que le echa Marisol a los tropezones de su vivir.


De Federico y Marisol ya conté algunas cuestiones en la entrega anterior. Hoy presento algunas cosas más concretas, que se enmarcan dentro de su estrecho mundo, ofreciendo algunos detalles más que me permite contar. Sigo respetando el anonimato de su identidad por petición personal.

Federico dedica todo su tiempo al cuidado y atención de Marisol. Hablamos siempre que encontramos un hueco entre los distintos menesteres que consumen las horas del día a día de esta pareja, de las pequeñas alegrías envueltas unas veces en el papel de seda de una sonrisa o de las tristezas y sinsabores que se amontonan en una anodina bolsa de basura que, como tal, es “insignificante e insustancial”.

El desafío más grande para una pareja reside en ser capaces de cuidar(se) el uno al otro cuando las circunstancias son adversas para uno de los dos o para ambos. Los avatares de la vida no siempre te llevan por donde te gustaría, ni tampoco te concede (la vida) todo lo que desearías para ser supuestamente feliz.

Aunque en el fondo de toda esa deseada felicidad, entendida como “estado de grata satisfacción espiritual y física”, siempre subyace el cumplir con lo que esa misma vida te pide. Amor, entrega, sacrificio, generosidad… juegan contra egoísmo y comodidad.

La felicidad no es un estado permanente sino la suma de momentos que pueden pintarte una sonrisa, a veces fugaz como la de esas estrellas que rasgan la oscuridad de la noche en un destello veloz o como un suspiro que se escurre entre los labios. Otras veces el horizonte se nubla de la tristeza que humedece al corazón.

Dentro de una pareja enlazada por la palabra “amor la vida se desliza entre alegrías, sufrimientos, esperanza… Ambas personas quedan conectadas de propia voluntad por un afecto continuado hasta que un tropezón las separe. Antes nos decían “hasta que la muerte os separe” en referencia directa a que el matrimonio era para toda la vida. Empleo tropezón porque es el origen de sus males y está muy enraizado en su vivir diario.

Actualmente, insiste Federico, el vivir en pareja se ha convertido en una situación frágil, a veces tan efímera que suele romperse por nimios detalles. Prueba de ello son las múltiples separaciones que terminan en un rotundo y a veces mortífero adiós. “No te aguanto…, no me aguantas… ¡Ahí te quedas!”.

Una pequeña matización por mi parte. La muerte actualmente y en las relaciones de pareja a las que hace referencia Federico no se refiere al “término de la vida física” sino a que cada uno tome el camino que más le convenga. Digamos que el morir de una pareja solo viene a significar separación de la misma aunque las consecuencias sean graves para toda la familia.

El amor también tiene sus momentos grises cuando las lágrimas del derrotado se escurren desde el cielo de los ojos. ¿Razones? Muchas y ninguna, todas y pocas. Cuando el corazón se ofusca por los rayos y relámpagos del dolor y no puede hacer nada hasta que la tormenta amaina, salvo esperar a que pase la borrasca, entonces ambos se hunden.

Ella gime en silencio y a Federico se le atragantan las palabras. A lo más, dice, puedes ofrecer un tímido beso, posiblemente robado para conseguir, en el mejor de los casos, que no se inunde la esperanza evitando así que ella no se ahogue en la salada charca de una tormenta de lágrimas.

Esperanza, palabra mágica, sugerente que más parece un meteorito fugaz que nunca sabes si caerá en el espacio, destrozando todo lo que encuentre a su paso. La esperanza es esa lluvia mansa que esperas a que riegue el futuro inminente del siguiente segundo.

Los bien intencionados te dirán que siempre queda la fe, tanto para los que creen en alguien o en algo no presente como para los que esperan ver el horizonte cuando salga el sol. Pero ¿saldrá el sol? La pregunta se aleja dejando un rumor de eco mortecino.

Mientras tanto se comparte la caridad entendida como “actitud solidaria con el sufrimiento ajeno” que proviene de los demás. Dicha actitud siempre va cargada de cariño pues, en caso contrario, suena a drama –entendido “como acción realizada para fingir o aparentar”, es decir a algo “fingido o simulado” que es lo que se entiende por falsa–. “Falso hace referencia a alguien “que miente o que no manifiesta lo que realmente piensa o siente”. De todo hay en estos dramas.

Y pronto explota. Ella será la que riegue el barbecho arrancando terrones de dolor. Federico se queda abstraído volando por las playas donde antaño soleaban las arenas donde se envolvía Marisol. El cariño se acurruca al borde del dañado amor.

Pero ¿qué es el amor? Amor no es decir te quiero; mucho menos es regalar cosas por muy bonitas, caras y lucidoras que sean. Amor no es satisfacer todo lo que nuestra capacidad posesiva desee. Amor es dar a cambio de nada, es ser capaz de autonegarse para que el otro o la otra pueda salir adelante por los senderos del vivir, pueda seguir caminando hacia un horizonte desdibujado por la gris lejanía. Federico suspira.

Amor es prescindir del yo para cuidar, regar, abonar el tú. Es amasar el valor de la generosidad donde el yo se derrama hasta caer rendido con las fuerzas al límite. El amor siempre está, debe estar, desnudo de egoísmo (yo-mismo) porque se da al tú con todas las consecuencias.

Aquí sí que valdría aquello que predica la religión cuando incide en “un hasta que la muerte os separe”. No hacen falta prédicas cuando la palabra “amor se vive en toda su plenitud. Tampoco necesita dicho amor de días especiales vendidos a la interesada religión del comercio, a la que solo le importa llenar sus modernas catedrales repletas de atractivo pero que no siempre ofrecen necesarios artículos a la venta.

El amor no se siembra, retoña desde las cavernas del corazón pero sí se cultiva, se cuida cuando los tiernos brotes apuntan en la parcela de cada cual. Y se abona, se le escardan los yerbajos (malos momentos) y mientras más flores le cortas más le nacen. Son generosas yemas que como “brote embrionario” se abren al calor del cariño, porque por cada gesto desinteresado germinan en el corazón del otro, capullos de rosas preñadas de sonrisas y perfumadas de dulzura. A veces las espinas son traicioneras.

Amor, esperanza, fe, sacrificio, negación, prioridad del otro, depresión, frustración, amargura, dolor, desesperación, impotencia… son parte de las amapolas que, entremezcladas con espinos, ortigas y rodeadas de abrojos, bordean la vida de dos personas que el destino unió hasta que ellas quieran. Cobarde sería abandonar la partida cuando vienen serios contratiempos.

Amor –o, si lo prefieren, cariño–, dice Federico, es el mejor regalo de un san Valentín, o de un san Cucufato o de un día cualquiera continuado en la vida de dos personas. Este comercio no ofrece bisutería barata. Regala horas de sueño, ofrece la palma de la mano para dar unos pasos titubeantes, esperanzadores y, sobre todo, una sonrisa furtiva cuando asoma en un paisaje difuso un suave airecillo de posible mejoría. En ese tiempo personal de continuado invierno que se filtre un rayo de sol es un regalo que no tiene precio.

Por cierto, san Cucufato, a nivel popular, es a quien se recurre, en plan borde, cuando algo se pierde en una casa y no hay manera de encontrarlo. La invocación es curiosa: “San Cucufato, san Cucufato, los cojones te ato: si no me devuelves lo que busco, no te los desato” Exigente y borde petición.

Termino estas líneas recolectando una sonrisa de ambos porque les recuerdo que estamos (estábamos) en el Día de la Madre, una de tantas fechas declaradas de interés comercial. Calma, ya sé que suelen ir envueltas en el papel del cariño, por lo general.

¿Cuántas fechas declaradas de interés (comercial) tenemos a lo largo de un año? Unas pretenden regalar cariño; otras, recordar hechos célebres importantes; otras (la mayoría), vender algo. Día del Padre, de la Madre, de los Abuelos, Día Internacional de las Viudas, del Lector, del Libro, del Espectador, de las Mascotas, de las Sonrisas, de los Abrazos, de los Enamorados. La ristra de celebraciones sería interminable y no merece la pena seguir con ella.

PEPE CANTILLO