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Miguel Ángel Moratinos | La primera cena

El pasado 7 de mayo, la mayoría de franceses y de europeos respiraron aliviados ante la elección de Emmanuel Macron. Se cerraba así la puerta a un proyecto político populista, retrógrado y antieuropeo, y se apostaba por un candidato joven, comprometido y con un proyecto moderno y de refundación de Europa.



Para todos los europeístas, la elección del nuevo presidente francés es una buenísima noticia pues fue el único candidato que defendió durante la campaña electoral con valentía y determinación el proyecto europeo. Conviene recordar que si Macron ganó el decisivo debate final televisivo fue en gran medida gracias a su clara defensa del euro frente a la confusión e incongruencias de Marine Le Pen que no supo explicar las consecuencias de una salida de Francia de la zona euro.

El pasado lunes, el presidente de la República Francesa se desplazó en su primera visita a Berlín y allí se encontró con la Canciller alemana Angela Merkel. De ese primer encuentro los medios informativos han dado fiel cuenta del contenido y tono del mismo pero me imagino que en este primer contacto tête à tête los dos principales dirigentes europeos debieron sentir el peso de la responsabilidad y el carácter trascendental de esta primera cita. Podríamos decir que “60 años de historia europea les contemplaban…”.

Lo que está en juego es el futuro de Europa, de una Unión Europea en un mundo en plena mutación donde los nuevos equilibrios de poder están finalmente delimitándose. El histórico y necesario tándem franco-alemán sabe que el futuro de la nueva etapa de construcción europea depende en gran manera de sus decisiones y ambos dirigentes llegan a este rendez-vous histórico en un momento especialmente significativo.

La canciller alemana, con el viento a favor y con la experiencia de más de tres mandatos y la conciencia de haberse convertido en la indiscutible líder europea. La fuerza económica y financiera de Alemania no puede ni debe ignorase.

Hoy ha llegado la hora de replantearse el equilibrio de fuerzas en el seno de la Unión y esto, sobre todo, a raíz de la salida del Reino Unido de la UE. Francia y su presidente Macron llegan a esta cita paradójicamente mejor preparados de lo que los analistas políticos y económicos han pronosticado.

No sólo la voluntad, valentía y la capacidad del nuevo presidente pueden ser factores de cambio de actitud sino que, además en esta ocasión, Francia puede y debe hablar de tú a tú a su vecino del este por su nueva situación político-militar.

La Europa de este siglo XXI tiene dos objetivos ineludibles:

El primero, consolidar su capacidad económica y financiera y avanzar en un eventual Gobierno económico europeo más integrado como acertadamente acaba de proponer el Gobierno español. Pero, el segundo objetivo debe estar vinculado a impulsar su relevancia como actor indiscutible en el mundo, como potencia diplomática y militar.

Para el primer objetivo Alemania es indispensable pero para el segundo, Francia, hoy en día, es el único país de la UE que es miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y es el único de la UE que posee la disuasión nuclear.

El tándem franco-alemán recupera así su equilibrio natural. Europa no se podrá construir sin avances económicos pero Europa no podrá contar en este nuevo mundo sin su relevancia en los centros de decisión diplomáticos y militares.

En definitiva, este nuevo ‘pacto franco-germano’ es el que espero haya podido ser abordado en la primera cena entre los dos máximos dirigentes europeos. Si esto ha ocurrido, el próximo paso es el de convocar a aquellos otros países verdaderamente europeístas como es el nuestro, España, para que apoyen este nuevo comienzo y aporten ideas y capacidades como las recientemente anunciadas por nuestra diplomacia.

España puede y debe, en esta ocasión, estar en el origen de este nuevo capítulo de la historia europea. Históricamente, las circunstancias internas de nuestro país no nos lo permitieron en el pasado. Hoy el Gobierno puede convocar a los principales partidos de nuestro país y diseñar una nueva hoja de ruta para el futuro caminar europeo.

MIGUEL ÁNGEL MORATINOS