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Antiespañol

Estaba hasta los cojones de gilipolleces. De aquellas mentes mezquinas que veían la realidad desde un prisma dorado y confortable que les enseñaba lo que ellos querían ver en cada momento. Normalmente, era mejoría en las cifras a la hora de analizar datos que helarían a cualquiera. Pero no a ellos.

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Ellos estaban por encima de cualquier sentimiento de empatía con los que cada día estaban más jodidos. La gota que colmó el vaso fue cuando aquella vocecita insignifante, aunque su dueña creía que era digna de decir cosas importantes, le acusó de no ser buen patriota por no gustarle los toros.

Barral escuchó la noticia y no pudo evitar la carcajada. Él, en su ignorancia, usaría la palabra "antiespañol" para aquellos personajes que joden cada día más a España. País que ya estaba jodido de antes, pero ellos se encargaron de darle el tiro de gracia. Su último día de profesor chafado por aquella clase magistral de poca vergüenza.

Para él, ser antiespañol es asesinar la Sanidad, la Educación, la Cultura, el trabajo de España. Pero Barral era un simple profesor. No era un genio de los números que es lo que se valora ahora. Cifras. Cuadrarlo todo. Todo lo que fabrique pensamiento libre o algo similar, mejor a la cloaca.

Barral salió a la calle. Anduvo durante horas. No llegó a ninguna parte. Su sistema nervioso atrapaba por siempre el sabor de aquel recuerdo de juventud que cada noche le impedia dormir. No era bueno ni malo. Simplemente era.

Verbo corto pero intenso el verbo "ser". Barral era, pero ya no. Verbo algo más largo, pero igual de complejo el verbo "estar". Barral no estuvo, pero ahora sí. Estaba ahí, donde tanto deseó tardar en acudir.

Intentaba de mil maneras no pensar en que sus mejores momentos habían pasado ya. El tiempo se los robó sin pedir permiso, el muy cabrón. Costaba decir adiós a cuarenta años de horario fijo. Entradas y salidas. El arrojar luz a las mentes. Buenos días y hasta mañana. Ahora reinaba el vacio de las horas muertas.

No tuvo un minuto para él desde que, siendo un adolescente, abandonara su pueblo natal. Tenía el mundo servido en buffet libre. Pero pasó de ser devorador a devorado. No le perdonó la vida. Muchos planes se trasladaron de fecha hasta convertirse en niebla y desaparecer. Quizás, era el momento de rescatarlos del limbo.

El anciano que lo miraba desde el espejo del baño parecía gritar que el cansancio ganó la partida. Pero en su cabeza el optimismo y el pesimismo vivían cogidos de la mano. El estar sin trabajo era el miedo al vacío para Barral.

Dedicó demasiado tiempo a analizar el miedo, a escribir sobre él, a dar conferencias por todo el mundo. Los libros, los artículos. Cuarenta años para darse cuenta de que la única esfera sobre la que habría que hacer un estudio a fondo no era el planeta Tierra. Merecían más las pena aquellas pequeñas circunferencias llenas de luz, de vida. Llenas de hoy. El futuro es un producto demasiado inestable como para preocuparse por él en exceso.

A pesar de ser antiespañol, era afortunado de tener aquellos ojos verdes a su lado. La verdad curvilínea de su cintura, afrutada de su boca. Era todo lo que quería y nesitaba estudiar a fondo. Sin burocracia pendiente para septiembre. Se dio de cabeza muchas veces por no haberse preparado mejor para este examen de anatomía.

Verdad dulce y carmín. Mientras ella le pregunta que hará ahora, Barral pide otra ronda. Brindaría por su falta de patriotismo. Dormir solo no es una opción.

CARLOS SERRANO
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