Como ya es tradición, cada viernes el coro de Campanilleros de Tomares toma las calles del pueblo y, con sus villancicos tradicionales, llena el aire fresco de diciembre con el cálido sonido de sus instrumentos y sus acompasadas voces.
La cita arranca alrededor de las nueve de la noche en la iglesia del municipio. Allí, una decena de hombres, de diferentes edades, calientan sus gargantas para, posteriormente, impregnar de ilusión las calles del pueblo. Coplas, campanillas, bulerías que hablan de la llegada del niño Jesús o diversos pasajes de la Biblia, entre otras letrillas populares de carácter religioso, endulzan el ambiente navideño y llenan los corazones endurecidos de paz y esperanza.
Van de un sitio a otro, dejando su mensaje a los vecinos y vecinas que abren las puertas de sus casas para recibirlos a su paso y aprovechan para ofrecerles algo de comer y beber. No les mueve ningún interés. Su única recompensa consiste en ser escuchados y su mayor premio es el ramillete de aplausos que se le proporcionan.
Tal como indica una de las letras de campanilleros "no le temen ni al frío ni al agua, ni a la malas noches que puedan pasar". El encuentro, sin duda, merece la pena porque como también cantan "qué bonitos son los campanilleros".
El coro de Campanilleros forma parte de las tradiciones tomareñas, estando profundamente arraigado a los recuerdos más entrañables de los vecinos. Es parte de su legado y es, también, un trozo vivo de la historia del municipio.

La cita arranca alrededor de las nueve de la noche en la iglesia del municipio. Allí, una decena de hombres, de diferentes edades, calientan sus gargantas para, posteriormente, impregnar de ilusión las calles del pueblo. Coplas, campanillas, bulerías que hablan de la llegada del niño Jesús o diversos pasajes de la Biblia, entre otras letrillas populares de carácter religioso, endulzan el ambiente navideño y llenan los corazones endurecidos de paz y esperanza.
Van de un sitio a otro, dejando su mensaje a los vecinos y vecinas que abren las puertas de sus casas para recibirlos a su paso y aprovechan para ofrecerles algo de comer y beber. No les mueve ningún interés. Su única recompensa consiste en ser escuchados y su mayor premio es el ramillete de aplausos que se le proporcionan.
Tal como indica una de las letras de campanilleros "no le temen ni al frío ni al agua, ni a la malas noches que puedan pasar". El encuentro, sin duda, merece la pena porque como también cantan "qué bonitos son los campanilleros".
El coro de Campanilleros forma parte de las tradiciones tomareñas, estando profundamente arraigado a los recuerdos más entrañables de los vecinos. Es parte de su legado y es, también, un trozo vivo de la historia del municipio.
MARÍA JOSÉ UFARTE / REDACCIÓN