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Almudena Grandes: “Los nazis que vivieron en España estuvieron muy bien. Algunos se hicieron millonarios”

Almudena Grandes (Madrid, 1960) publica la novela Los pacientes del doctor García, cuarta entrega de la serie Episodios de una guerra interminable, que continuará con La madre de Frankenstein. La escritora madrileña se dio a conocer con Las edades de Lulú, XI Premio La Sonrisa Vertical. Es autora de, entre otras novelas, Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana o Los besos en el pan.



Los pacientes del doctor García es una novela de espías donde se conectan acontecimientos reales y desconocidos de la Segunda Guerra Mundial y el franquismo, y cuyos personajes comparten la suerte de España y también la de Argentina.

—‘Los pacientes del doctor García’ es un relato de perdedores. Dice usted que la novela “ahonda en las miserias del siglo XX”.

—Sí. Es una novela en la que, por un lado, se ve lo que implicó perder la guerra para los republicanos españoles y para este país, pero también a través de otro personaje, un soldado franquista que se marcha a Rusia y acaba convertido en un criminal de guerra, se ve la gran especialidad del siglo XX, que fue convertir en monstruos a pobre gente.

—En el libro denuncia cómo los aliados consintieron y ampararon una red de huida de criminales nazis en España.

—La red de España funcionó gracias a la protección del franquismo, a la hospitalidad del primer peronismo pero, sobre todo, a que los aliados decidieron mirar hacia otro lado.

—Una mujer, Clara Stauffer, íntima de Pilar Primo de Rivera, dirige esta red. Reconoció que había ayudado a 800 nazis.

—Sí. En 1948, en la única entrevista que concedió a un periodista británico que la engañó, y se colocó en su casa haciéndose pasar por alemán, ella reconoció que su red gobernaba el destino de unos 800 buscados por la justicia.

—La Iglesia también se lleva un buen zarandeo. Tenía párrocos amigos que le hacían certificados de bautismo para los pasaportes.

—Clara no habría llegado muy lejos sin la complicidad de la Iglesia. Tanto de la Iglesia española pero sobre todo también del Vaticano. La red de evasión del Vaticano, lo que llamaban la ruta italiana, era una colaboradora activísima.

—Los republicanos españoles intentaron que los aliados reconocieran que Franco era aliado del Eje. Pero fracasaron. ¿Miedo a que Madrid fuera el Moscú del sur?

—En el fondo, a Churchill le gustaba más Franco que los demócratas españoles. Pero era un miedo completamente infundado, porque políticamente Stalin no tendría, después de la Segunda Guerra Mundial, nada que hacer en España. O sea, era más una cuestión de prejuicio racista que otra cosa.

—Dice usted que los nazis perdieron la guerra pero ganaron la posguerra.

—Claro, porque consiguieron convencer a los aliados de que se habían equivocado de enemigo, de que el gran enemigo era Stalin y que ellos podían ayudarles a derrocarlo.

—Hasta hace pocos años, estos nazis vivieron en España y en muchas ciudades europeas. Estaban identificados por los jueces y los gobiernos, pero murieron sin que nadie les molestara.

—Murieron sin que nadie les molestara, bueno, porque durante todo el tiempo gozaron de la impunidad que les otorgó la voluntad aliada de no molestar al franquismo.

—En España, además, el Estado franquista les hizo millonarios dándoles contratas de obra pública.

—Sobre todo a dos. A León Degrelle, que fundó una empresa constructora. Y a otro, Scortini, que tenía un estudio de ingeniería. Los nazis que vivieron en España siempre estuvieron muy bien. Pero ellos, y algún otro más, se hicieron millonarios.

—Con sus personajes, un médico y un diplomático, reivindica a la burguesía republicana, una clase que prácticamente ha sido eliminada del relato y que levantó la Segunda República.

—La Segunda República no se puede concebir sin la burguesía republicana, que fundó la Institución Libre de Enseñanza, que redactó la Constitución del 31, que sostuvo de la educación y, hacerla desaparecer, no es inocente. Es un intento de justificar que el golpe de Estado franquista era imprescindible por la ignorancia y la incultura de los republicanos. Es una entidad.

—Su protagonista, el doctor Guillermo García, es una mezcla de realidad y de ficción. ¿Existió de verdad o la imaginación le pudo?

—No, no. Es un personaje de ficción, pero está basado en personajes reales. O sea, es verdad. Se basa en los médicos clandestinos de la dictadura y también en personajes reales como Norman Bethune, que es su maestro en la novela.

—En su novela, el lenguaje se aproxima al habla popular. Para usted, tiene sus ventajas.

—Bueno, yo creo que la oralidad es un fenómeno fundamental a la hora de subrayar la verosimilitud de un relato. Y en una novela histórica la importancia de la oralidad permite que los personajes no parezcan acartonados y apolillados. Para mí, sí es muy importante.

—Los diálogos y las descripciones la hacen idónea para llevarla al cine o a la televisión. ¿Alguna propuesta?

—He tenido un par de ofertas para la tele. Sí. Pero no están cerradas.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO