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María Jesús Sánchez | Desvelos

Solo el leñador puede acceder al reino blanco que se esconde tras los árboles de hojas pequeñas donde el Hada eterna vive, donde se esconde de la maldad ajena y solo sueña. Ella ya conoció a Ulises. Aún recuerda su encuentro en la cueva, sus risas y caricias, y la búsqueda yerma de él sin canto.



Solo los grandes espíritus pueden tocarla, pequeña a veces, minúscula en la jauría y sobrevoladora de las montañas de la mentira. La conoce, sabe que existe, pero no la roza. Sus alas brillan siempre puras. Le gusta disfrazarse, esconderse para que nadie la encuentre.

Las cáscaras de nueces son sus amigas. A veces se pierde, otras tantas no se halla, pero su luz no se apaga. Sus ojos esconden mil mundos y en su desván viven brujas, príncipes que se convirtieron en sapos y unicornios morados. Sus manos no tienen líneas: el libre albedrío es su sino.

El cansancio de cien años le acompaña; los recuerdos se desbordan, el baúl no se cierra y la oscuridad es rosada. Tiene una vela siempre encendida. Ella es el faro que algún día atrajo a solitarios viajeros. Si el viento sopla en su cara se convierte en llama. Vuela, sube alto, es ligera, su luz no pesa.

Sigue esperándolo, no conoce sus formas, solo espera su esencia. Su nariz lo reconocerá y sus ojos cerrados lo verán. Él la busca desde hace años en sus tinieblas. El camino del bosque es peligroso y no seguro, pero es el único para llegar a ella. El susurro vuela buscando un oído, pero éste no llega.

El Hada conoce su existencia, lo espera desde hace años, pero no es su prisionera. Solo por las noches lo anhela. Desea su leña para que el fuego arda. De certeza de encuentros la Madre le habla. La diosa sonríe y baila su danza. Tambores y flautas esperan callados la jarana.

Su pelo es rojo y sus ojos atesoran ámbar. El viajero busca la fuente pero no la encuentra. El sueño de otoño la persigue. Ella quiere dormir pero necesita una nana. Una nana de perlas y redes blancas. Duerme, mi hada, que él ya te encuentra; cargado viene de abrazos y cantando viene. Escucha la letra hecha de palabras nuevas y viejas tonadas. Y solo cuando escucha su voz sus ojos se cierran. Una nube acoge su frase. Te quiero libre. Y entonces ella sabe que el leñador ha llegado para quedarse.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ