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María Jesús Sánchez | Educación

¿No es ya la vida bastante complicada como para limitar, además, la mente de los niños? Hace poco he leído un caso que me ha horrorizado: un hombre que tuvo una pelea con la dependienta de una tienda y como los hijos de ambos, de cinco años, están en la misma clase, aquel decidió envenenar a su hijo de rabia para que le pegara al hijo de la chica.



Veo a padres hablándoles mal a sus hijos de los homosexuales, de los transexuales, de los que piensan distinto a ellos, de los emigrantes, de los enfermos... Siembran y siembran semillas de odio en corazones pequeños para que no crezcan. No hay respeto al diferente: se enjuicia la vida de los demás sin saber el sufrimiento que hay detrás.

Es el "otro" el que está en frente, no un ser humano de carne y hueso lleno de miedos y esperanzas. Y lo más divertido es que mucha de esta "buena" gente que juzga con ligereza las vidas ajenas va los domingos a misa, donde ni escuchan ni oyen aquello del prójimo. Se ve que el prójimo es el que es como tú: el de tu club de golf o el de tu caseta de feria.

Según recuerdo, Jesús, el de la Biblia, iba con personas no muy valoradas por la sociedad. Digamos que él no miraba el pedigrí, ni el apellido. Más bien quería consolar al marginado. O eso es por lo menos lo que a mí me leían.

Muchas veces me viene a la cabeza la escena del templo y sonrío. Creo que si el Jesús que a mí me enseñaron se diera una vuelta por el mundo actual, cogería de nuevo el látigo y arremetería con tantos y tantas que comercian con la fe de unos pobres que buscan consuelo en la religión.

¡Qué fácil es juzgar! Cuando oigo a algunos criticar a los que su Dios no ha hecho perfectos, o al menos, no como ellos quisieran, me acuerdo del fariseo que decía: "Gracias, Señor, por no ser como ellos".

Además, desde que no hay infierno, esto se ha relajado. Antes podían tener el temor de que fueran juzgados con la misma vara de medir. Pero ya, ni eso. Y así sigue el mundo, emponzoñando el cerebro de niños que no son capaces de ver ninguna diferencia.

Un día, mi prima le preguntó a su hija si había en su clase un chico negro –le habían dicho que había entrado en el colegio el hijo de un jugador de fútbol brasileño–, a lo que la niña respondió: "Mamá, no hay ni negro ni azul". ¡Qué fácil podría ser todo! Seguiré soñando...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ